Pedro Bonifacio Palacios “Almafuerte”, un santo

Por Claudio Gómez*

El año pasado -2024- Sudamericana publicó el Curso de Literatura Argentina que Jorge Luis Borges dictó en 1976, en la Universidad de Michigan.

Todos los años aparecen libros sobre Borges o recopilaciones o alguien recupera alguna conferencia, como en este caso. Y la hace libro.

(Yo hablé sobre este tema con María Kodama y ella me dijo que desde el 2000 se habían publicado más libros sobre Borges que en todo el siglo XX). Es como si la palabra de Borges ahora interesara más, como si ahora estuviera desprovista de esa carga ideológica que nos hacía dudar en reconocer su talento literario.

En ese libro de charlas en Estados Unidos, donde Borges resume la literatura argentina, hay un capítulo, el VI, dedicado a la obra de Almafuerte.

No es el único escrito de Borges sobre Almafuerte, pero este es curiosamente interesante, porque define a Almafuerte como “un santo”.

Dice Borges que a Almafuerte “le interersaban los seres humanos y, eso ya es un rasgo peculiar, los seres humanos desdichados.

“Sentía -agrega- una atracción por la desdicha, y era un hombre, quizás no capaz de comprensión, pero muy capaz de compasión.

“Creo que Almafuerte fue un santo. Él mismo tiene que haberlo sentido”, afirma Borges.

Es cuanto menos interesante imaginar a Borges, rodeado por estudiantes de la universidad de Michigan hablando de Almafuerte.

Que Borges lo haya elegido como uno de los más importantes escritores de la historia argentina es sorprendente, porque el nuestro es un país afortunadamente profuso en excelentes escritoras y escritores.

Ahora quisiera quedarme con la idea de que Almafuerte fuera efectivamente “un santo”, tal como lo concibe Borges y luego combinar esa idea de santidad con las vocaciones que abrazó Almafuerte, al menos con aquellas a las que se dedicó con más fervor. Sabemos que fue maestro, escritor y periodista, entre otras cosas.

Parece difícil hoy vincular la palabra santo con la profesión de periodista. Y lo digo como periodista.

Sin embargo, existe ahí un hueco por donde se puede pensar en que ejercer el periodismo requiere de una dignidad indispensable, amparada en la vocación y en la ética de priorizar y atender las necesidades de la sociedad.

Almafuerte hizo un periodismo social, creyó en el periodismo social. Creyó en la capacidad del periodismo para cambiar el mundo.

Tal vez por eso fue uno de los fundadores, en 1908, del Círculo de Periodistas de la Provincia de Buenos Aires -la institución que hoy estamos representando- y donde fuera declarado, con justas razones, presidente honorario post mortem hace unos atrás.

Almafuerte creó periódicos y ejercitó el periodismo, allí donde quisieran publicarlo. No era, por supuesto, un periodismo complaciente.

Además del de Almafuerte, Pedro Bonifacio Palacios utilizó otros seudónimos; no por temor a las consecuencias de sus opiniones, sino como garantía de que sus críticas iban a lograr ser publicadas.

Cuando leemos su trabajo en el periodismo, es fácil observar un profundo rechazo a la corrupción en el poder.

En esa tarea, en la forma de ejecutar el periodismo, en la manera que él encuentra para denuncia la corrupción hay un rasgo identitario, singular, muy original.

Almafuerte está convencido de que la corrupción del poder, además de envilecer al hombre, genera consecuencias sociales: pobreza, injusticia, arbitrariedades, situaciones que afectan la vida de los que menos tienen.

Y es en ese sentido que él trabaja no solo con la causas, sino también con las consecuencias. A la vez que denuncia al poder corrupto, pone en evidencia los resultados de ese juego del poder corrupto. Muestra el rostro de los desamparados, es decir, hace propia la voz de los más desprotegidos y habla por ellos, denuncia por ellos.

Almafuerte es pobre y es desdichado. Pero su narrativa no es una queja, su potencia periodística radica la calidad de su prosa y  en la práctica del doble juego de denuncia y exposición.

Dice: las causas de la pobreza son horrorosas, pero las consecuencias son aún peores. Y son estas. Como si pintara un cuadro tierno, pero trágico, describe la postergación social con la minuciosidad de quien la conoce de primera mano, de quien la ha sufrido en carne propia.

Para cerrar esta participación agradecida en este homenaje, elegimos no un fragmento periodístico, sino el fragmento de un soneto. Se trata de Evangélicas IV:

“Como las vibraciones de un necio ruido,

Ni Wagner ni Rossini me dicen nada;

Pero, si por acaso, gime un gemido…

¡Me traspasa las carnes como una espada!”

Luego, agrega:

“Yo no siento más que la vida del hombre”, afirma Almafuerte.

Creo que ese es el legado de Almafuerte para el periodismo de todos los tiempos, incluso para el de hoy, tan aislado, tan personal, tan solitario.

No hay periodismo, no hay vocación, ninguna posible, cuando no se realiza en procura de defender a quienes no tienen otra voz que la esperanza.

Almafuerte nos deja ese legado: ser periodista requiere dignidad, acaso también la dignidad de un santo, un santo ateo o religioso. Requiere esa dignidad que él tuvo y que ahora le estamos reconociendo como un ejemplo.

Imagen: Archivo En Provincia.

*Círculo de Periodistas de la provincia de Buenos Aires.-