Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
La pandemia, entre las tantas discusiones que ha generado, hay una que nos convocó de manera muy particular: me refiero a la educación. Lejos de internarme en las disputas políticas y en sus derivas jurídicas y periodísticas que aún hoy socavan el entendimiento de nuestra sociedad, sumando así un problema al infortunio, quisiera detenerme en un aspecto que ha sido menos tratado y mayormente, con suma benevolencia. El rol de los estudiantes en las clases en las clases sincrónicas bajo la modalidad a distancia. Se trata, por lo tanto, de indagar en las formas de comportamiento que han desarrollado quienes tienen en privilegio de contar con los equipos y con el acceso a Internet. Es importante recalcar esta situación: se trata de un grupo selecto, lamentablemente. La brecha digital no es sólo un concepto.
Los miles de adolescentes que a diario optan por apagar su cámara y su micrófono como modo de participación en las clases, ¿qué están queriendo decir? Muchos especialistas han insistido en mencionar que sus contextos no son los que desearían y por lo tanto prefieren ocultarse. De pronto, las generaciones que poseen dificultades para valorar su intimidad, que no trepidan en exponer sus cuerpos y deseos más privados en las redes, tienen un trance de recato y temen mostrarse. Pero, como era de esperar, dura poco. Una vez finalizada la clase, la red se vuelve a alimentar de sus imágenes sin el más mínimo pudor. Es cierto que habrá quienes tengan problemas en sus hogares, y no faltará quienes sostengan que se sienten intimidados, sin embargo es preciso aceptar que no son pocos quienes aprovechan la ocasión para demostrar su desinterés. También sería interesante detenernos en las realidades de los docentes: ¿todos gozan de las mejores circunstancias para prender sus cámaras? O, tal como sucede desde hace años, la responsabilidad del hecho educativo recae sólo en su desempeño. La docente debe hacer todos los esfuerzos, y los estudiantes, sólo cuando quieren. ¿Así es la ecuación?
¿Los “nativos digitales” no pueden lidiar con la vergüenza de mostrarse en sus domicilios? ¿No hay formas de resolverlo sin que nada de su ámbito quede expuesto? ¿Un primerísimo primer plano, por ejemplo? No puedo dejar de considerar que la falta de imagen y sonido es una forma de desprecio, de desinterés, una manifestación silenciosa pero contundente. Hay allí un mensaje que duele, perturba, asusta, pero que exige ser advertido: no basta con brindar acceso – en todos los sentidos posibles – para garantizar la educación. Aún en las mejores condiciones: hogar, comida, ropa, afectos, tiempo disponible, equipo y señal, fruto del esfuerzo familiar y también del Estado, si el sujeto decide no intervenir y dejar que la clase transcurra como un largo e inútil comercial, se pierde otra oportunidad de fortalecer los valores democráticos, culturales y científicos de nuestro país. Y es aún más nocivo interpretar que tal indiferencia debe contemplarse con indulgencia. ¿Por qué nadie se atreve a insinuar que deben cumplir lo mejor posible con sus obligaciones escolares? O acaso alguien supone que hay futuro sin esfuerzo.