24 de Marzo: Memoria, Verdad y Justicia

Por Reynaldo Claudio Gómez –

Oficinas de prensa: La persecución y el miedo en las dependencias oficiales

Cuando la noche se cierne sobre las sociedades, todas y todos, mujeres y hombres, chicas y chicos sienten el helado filo de la oscuridad. Lo sienten en su ser, como una angustia, como un dolor o acaso, como una íntima vergüenza. Ya nada parece ser lo que era: un hálito de irrealidad silenciosa comienza a rodear todas las actividades y aplasta la esperanza.

Una mañana del 24 de marzo de 1976 muchas y muchos padecimos esa sensación: esa sensación de que algo fantasmal flotaba en el aire; fue una sensación inexplicable, algo que ahoga el pecho y se experimenta en el ambiente gris y el aire denso de cada escena. La gente se queda callada, invadida por el temor o el terror, al fin, se trata de la congoja que congela las almas, bloquea el espíritu en sus mejores facetas.

Cada una y cada uno, en cada espacio, en sus actividades, en la escuela, escucha el dolor del oprobio y la injusticia.

Las oficinas de prensa, no bien arrancada la dictadura del 76, no fueron una excepción. Muchos gobiernos provinciales decidieron vaciarlas. Así sucedió en la provincia de Buenos Aires, Sus periodistas debieron buscar asilo en otras dependencias, la mayoría de ellas ajenas a su profesión, para mantener el trabajo. Otras y otros la pasaron peor. Sufrieron la persecución o el exilio. Otras y otros, directamente, fueron encarcelados, torturados o desaparecidos.

Es que esas usinas de información pública representaban un peligro para los dictadores. Temerosos de que alguien pudiera objetar, criticar o denunciar alguna perversidad de orden económico o peor, decidieron cerrar aquellos ámbitos previstos por la Constitución y pergeñados por Mariano Moreno, en 1810, con la Gazeta de Buenos Ayres, para informar de las acciones de gobierno a la opinión pública.

Como señalan Glenn Postolsky y Santiago Marino en “Relaciones peligrosas: los medios y la dictadura entre el control, la censura y los negocios”, “los militares entendían que el enemigo (…) se infiltraba no sólo por intermedio de las organizaciones armadas, sino también a través de un entramado cultural que incluía medios de comunicación, libros y películas”. Todo esto, en el marco de una peculiar visión de la “Doctrina de Seguridad Nacional”.

Aquellos fueron tiempos en que los libros se prohibían y la gente, para preservarlos, los enterraba en bolsas plásticas en el fondo de su casa, a la espera de la vuelta de la libertad. Los libros son el fatal enemigo de la dictadura y también lo son aquellas y aquellos que piensan a partir de esos libros, o de canciones o a partir también de las palabras que se vuelven tan clandestinas como indispensables.

Esa noche de 7 años, un día, terminó. Producto del sacrificio de muchas y muchos que lucharon por la libertad, la Democracia volvió. También volvieron a su cauce las oficinas de prensa, como esta, desde la que ahora escribimos estas líneas.

Sin embargo, los resabios de tanta sangre derramada, de tamaña crueldad, de tan incomprensible saña están en la memoria y allí deben quedar activas, porque lo que se olvida se va.

Aquello ocurrió y fue cierto. Tan verdadero como este presente difícil de la pandemia que, agobia, pero nos convoca a pelear de pie por sostener lo que ganamos y por desarrollar todas las ganas de salir adelante a fuerza de pura esperanza y trabajo.