Primavera: Crece el desaliento social y un peligroso desconsuelo con sabor a nada

Por R. Claudio Gómez

Llevamos ya más de seis meses de cuarentena. Es cierto que las fronteras sanitarias se han extendido, tan cierto como que los efectos de virus también aumentan exponencialmente. Sin embargo, pocos parecen advertir otro incremento: el del desaliento social.

Abrir al mundo tal estado de desconsuelo es una posibilidad, pero es demasiado temerario. No sabemos qué ocurre con las sociedades en Portugal ni en Tongo, desconocemos cómo está operando la pandemia en el variado y diverso conglomerado planetario.

Sabemos sí que Donald Trump tiene Coronavirus, que está aislado y que -según informan las agencias internacionales- su estado de salud no es bueno. Podemos imaginar que el presidente de Estado Unidos está ahora en una cama, atendido por médicos y probando medicinas que para el resto de la humanidad figuran en etapa de prueba. Las consecuencias geopolíticas de un eventual deceso de Trump a causa del Covid-19 escapan todavía a la órbita de los especialistas en el tema, pero sin dudas, se harán sentir.

Podría morir por causa de la Pandemia el comandante en jefe de las fuerzas armadas más letales de occidente y con él esa posición de indiferencia que colocó a su país entre los que se preocuparon más por la economía que por la salud. Se trataría de un caso en el que el refrán que reza que “el pez por la boca muere” se cumple para testificar su eficacia popular.

Mientras tanto, por aquí, en Argentina, país condenado al éxito, aunque con acción retardada, las cifras de pobreza asustan: un 40,9 por ciento de las personas son pobres. No es lo peor. Los agoreros analistas económicos presagian que ese guarismo podría elevarse al 50 por ciento a fin de año, cuando se conozcan los números del último trimestre económico de 2020.

A la espera de la vacuna, sin objetivos comunes, la sociedad argentina marcha a la vera de discusiones inocuas, que solo interesan a dos sectores que maman la misma leche cuajada: los medios de comunicación y la clase política. En un maremágnum de frases trilladas, igual que la biblia y el calefón, por la palabra ya vacía y casi nula, transitan los restos de un debate que se aleja del pensamiento social.

Conviven en la resonancia de la caja boba el pornodiputado y la toma de tierra; la corte suprema y el pedido de juicio político al presidente del máximo tribunal; la muerte de un policía y las pistolas Taser. Todo se discute con el mismo empeño y por eso nada tiene mayor importancia.

Los medios de comunicación y la clase política parecen gozar de tanto terreno fértil para sembrar discordia. Con una buena parte de la audiencia presa de la incertidumbre, todas las respuestas nimias funcionan amenazantes y el ciclo de la botánica lingüística crece solo, por efecto del sol, como las flores en primavera.

Con máxima comodidad los medios de comunicación preparan el ring diario para dar timbre a los contrincantes y con tanto traqueteo la débil habilidad de los púgiles se debilita más. De no ser tan repetida y trágica la escena, la sociedad argentina podría esperar que reemplacen la programación en la TV, así como sacaron al Zorro o a los Tres Chiflados de las pantallas. Lo que ocurre es real.

Y reina el desaliento, la búsqueda de destinos foráneos y el sálvese quien pueda. En una grajea más de politiquería absurda, oficialismo y oposición discuten la conveniencia del regreso a las aulas. En paralelo, el Indec informa que el 56 por ciento de los chicos menores de 14 años se sitúa por debajo de la línea de pobreza.

Palito Ortega cantaba: “Que nos sucede vida que / Últimamente/ Ya discutimos por pequeñeces / Y todo aquello que hasta ayer / Nos quemaba / Hoy la rutina ya le dio sabor a nada”. No imaginaba el cantautor tucumano la llegada de semejante pandemia, pero sospechaba, lo vemos, el sabor a nada.