Olimpia

Por Alejandro Sánchez Moreno* –

Tiene los colores de Boca, pero no es Boca. Tiene los colores del Parma, pero no es Parma. La sede de Olimpia queda en Los Hornos, un predio de media manzana, con dos canchas, una de entrenamiento, de tierra y otra, la oficial, en la que se juegan los partidos. La otra media manzana la ocupa Fomento. En una punta, un rinconcito, que los dos clubes cedieron para la sala sanitaria. Los días de partido, con media sombra, se rodea el predio. El que quiere ver los partidos, tiene que pagar la entrada. En Los Hornos, no hay edificios, que permitan mirar por el balcón o la terraza. De al lado de adentro se cuelgan las banderas: categoría 98, los gladiadores, categoría 96, los tigres, categoría 99, campeones. La tribuna local tiene un banco largo, sostenido en cada extremo por un tronco, que dono un papa de un jugador que tiene un aserradero. La tribuna visitante no tiene asientos, no hay sombra y la entrada es más cara. Los técnicos, dos por equipo, no cobran sueldo, ni viáticos. La mayoría son papas de algún chico que juega en el club. Los entrenamientos son dos veces por semana para los más chicos y tres para los más grandes, a las siete de la tarde, después de la escuela.

Fomento tiene una tribunita de cemento y un túnel para los jugadores, que imita a los de cancha grande. Me acuerdo de la propaganda de Maradona, bajando por el túnel, parece que le fue mal en el partido, un pibe lo para y le dice que es el mejor, Maradona sigue desanimado, el chico le regala una Coca Cola y Maradona la camiseta. Todos contentos, Coca Cola también.

Eugenio se probó en Fomento, un flaco chupado con un cigarrillo en la mano, nos recibió. Lo puso quince minutos, al final. Nos quedamos esperando al costado. Ya se habían ido todos y hacía frío. Nos pusimos en un lugar para que nos viera si o si cuando se iba. Nos habló porque no quedaba otra. Nos dijo que Eugenio jugo bien, pero que ya tenía el cupo completo. En el auto pensé: ¿para qué lo hizo jugar entonces?

El día siguiente fuimos a Olimpia. El técnico, Claudio, pelado y chueco, le pregunto de qué jugaba. De delantero, por las puntas. Jugo el segundo tiempo entero. Al final, con un centro de él, desde la derecha, el nueve, un rubio de pelo largo con vincha, hizo un gol de cabeza. Dos a uno, ganaron los suplentes. El técnico me hablo sin que escuchara Eugenio. Entrenamos dos veces por semana. Que venga, pero el puesto está cubierto. En la vuelta a casa, caminando, después de dos cuadras y de parar en el almacén a comprar galletas marineras, le conté como era la mano. Dijo que sí cuando pensé que iba a decir que no. El deseo es una puerta giratoria.

Estaban de moda los dardos. Los vendían en las jugueterías y en los kioscos. Varios los tenían. Poníamos un blanco en un árbol o en una tabla y tirábamos. Eran dardos verdaderos. Más de una vez, alguien terminaba lastimado. Para unos reyes magos, los pedimos en la carta. La mañana siguiente, con otras cosas, estaban en los zapatos. Nos pasamos el día jugando con los dardos. Al otro día no los encontrábamos. Mi abuela inventó una historia: un robo en el galpón donde guardábamos las bicicletas, el futbol y las herramientas de mi abuelo. Estuvimos, bastante tiempo, preocupados. Los demás chicos tenían sus dardos. Con el tiempo, nos olvidamos. Muchos años después me acordé. No era fácil preguntarle cosas a mi abuela, si era de un tema que no quería hablar. Preparamos el mate, llevamos la yerbera y azucarera de aluminio al patio, nos sentamos a la sombra, pusimos la mesita chica para apoyar las cosas, abrimos el paquete de fiambre. ¿Te acordás Beba, de los dardos? ¿Qué paso? Desaparecieron de la noche a la mañana. Mi tía, Celia, estaba escuchando la conversación. Con la cara me hacía señas, creo que quería que me callara. No había vuelta atrás. “La irresponsable de tu tía, ustedes tenían diez y nueve años, les puso en los zapatos para los reyes, dardos. Dardos de verdad. Una inconsciente total, quería que se mataran, o lastimaran a alguien. No sé en qué pensaba, a veces no le carbura. Tu hermano, por ejemplo, con las locuras que tenía, agarraba un dardo y se lo clavaba a alguno. Cuando se durmieron, los saque de la pieza y los tire en el basural de la esquina. Y a tu tía, mi hermana, la recontra cagué a puteadas.”

Al pádel puede jugar cualquiera. Eso me dice Mariano, el encargado del predio Gringo viejo, alto y flaco, rubio, pelo corto y ex jugador profesional. No pasa lo mismo con el tenis o con el frontón. Ahí, si no jugaste de chico, es más complicado. Yo, a la paleta, jugaba en el fondo, pocas veces me iba a la red. Qué desperdicio, me decía Jorge, con lo alto que sos. En el paddle, hacía, al principio, lo mismo, no salía de atrás. Hay que usar las paredes, decía Mariano, en las clases. Las paredes no pueden ser el problema. Son la solución. Yo escuchaba, miraba, pero seguía atrás. Empezamos, con mi compañero, Alberto, a perder partidos. No quería jugar más conmigo. ¡Para adelante!, me gritaba, nada. Nos anotamos en un campeonato. Mariano nos dijo, qué amateur no, en segunda categoría, un poco más avanzada. Pasamos la primera ronda, en la segunda nos dieron una paliza unos mellizos. Los partidos eran cada vez más exigentes. Después del campeonato, jugamos un miércoles, a la noche. En la puerta, mientras fumaba un cigarrillo, Alberto me agarro. Si no te adelantas dos pasos, no juego más con vos. Y además, dale con todo, sin miedo. Le dije: hagamos una cosa, dirígeme, hago lo que vos me digas. El siguiente campeonato salimos campeones. Cincuenta equipos. Ganamos la zona y todos los partidos hasta la final. Podíamos perder uno solo. La final, jugamos contra dos zurdos. El más joven, cuando terminamos, tiro la paleta contra la red. Los premios: dos paletas y remeras con logo de Gringo viejo. La remera de Alberto nunca llego, necesitaba talle doble XL.

Mariano los tenía calados a todos. “Este, hace veinte años que no hace deporte, fue al médico, le dijeron que empiece a moverse, cuidarse en las comidas y se vino para acá. Fíjate, ropa nueva, parece Rafael Nadal, pero juega como Mongo Aurelio” Un hombre de sesenta años jugaba por primera vez, bastantes kilos de más, rodillas hinchadas, brazos de camionero, musculosa de Van Halen. Empezó suave, fue tomando ritmo hasta que se entusiasmó. En una pelota, retrocedió hacia atrás. La nuca, la cabeza, reboto contra la pared del fondo. Mariano, que vio todo, dijo: se murió. Los lunes y jueves, tiene el turno de las ocho, para todos, él no sabe, es el Inmortal.

Seis y media estábamos en el club. Pedían que llegáramos antes para no perder tiempo de entrenamiento. Estábamos cerca, a cinco cuadras, y después, cuando me mude a dos. Los chicos iban cambiados. Primero hacían físico y después futbol. Un rato largo, practicaban jugadas. Nunca hicieron un gol, en los partidos oficiales, de jugada preparada. Llegábamos en auto, en micro, en remis. Los que venían en micro, se cambiaban en el camino, siempre con el guardapolvo, para pagar boleto escolar. Varios chicos venían solos. Para los entrenamientos y los partidos lo pasaba a buscar a Nacho. Tocaba timbre y enseguida salía, el padre miraba televisión en un sillón grande, no se daba vuelta para saludarlo. Nacho juntaba plata en el semáforo con un vaso azul de Temaikén. Un poquito más grande, se paraba en la puerta de la rotisería, que tenía cerca de la casa. A la gente grande, le ofrecía llevar las bolsas a la casa por una propina. Una noche fui a una pizzería que está en la avenida. Nunca había ido. Un chico morocho, de pelo corto como soldado, estaba de espalda al mostrador, encargando un pedido a los cocineros. Se dio vuelta, salió y me dio un abrazo. Nunca me voy a olvidar que me llevabas a futbol. Saludos a Eugenio.

Un viejito llevaba al nieto a entrenamiento. Venían en micro. Bajaban a dos cuadras. El chico llegaba corriendo, el abuelo atrás, con una banqueta plegable, que llevaba en un hombro como si fuera un bolso. Se acomodaba al costado y sacaba una radio.

En un libro que estoy leyendo, encuentro un cartoncito que dice: Radiograbador AM/FM Crown-Mustang. Es de una de las radios que tenía mi abuelo. Las ponía en la mesa de luz. Se rompían, después de años, y compraba otra, que era un poco más moderna. Una vez, un vecino, Del Greco, le regalo una, porque él se encargó de organizar el barrio para que hagan las cloacas. Antes de la siesta y antes de dormir, escuchaba un rato. A la noche ponía el Boletín informativo de Ariel Delgado. Lo escuchaba completo. Tuvo una Spica, una Phillips, una Hitachi. Yo las tengo guardadas. Puedo decir: tengo la Spica del abuelo.

Hay clubes con más plata, canchas más lindas, con pasto, camisetas de nivel. Buffet organizado: panchos, hamburguesas, gaseosas, golosinas, chocolatada, café, papas fritas. Preparadores físicos, transporte para los chicos cuando juegan de visitantes, vianda para los que no comieron, médicos. Brandsen tiene una cancha con tribuna de cemento. Cuando Verón se retiró jugo ahí, salieron campeones en una final contra San Martín de Los Hornos. Y clubes que no tienen un mango, en un hosco potrero de un barrio apartado.

Pasaron tres semanas y Claudio lo puso de titular. Era rápido, vivo y no arrugaba. Al tres de Monasterio, grandote y alto, lo paso en velocidad en la primera jugada. La segunda vez, le dio un codazo en las costillas y lo tiro contra los carteles. En el futbol infantil no hay expulsiones. A Eugenio se le cortó la respiración. El árbitro se llevó al tres al banco y hablo con el técnico. En un partido, cuando llegamos, le agarre los dedos con la puerta del auto. No paraba de llorar. Mire la mano y no era grave. Le conté que Maradona jugo contra Brasil con el tobillo como una sandía. El enfermero le puso una pomada y una venda. Jugo todo el partido, cuando termino, me dijo que hizo igual que Maradona.

Un chico de pelo lacio muy largo juega hermoso. Es del barrio Malvinas Argentinas. Juega en Crifa. En el segundo tiempo queda del lado de los padres del equipo local. Juega por el costado, va y viene, va y viene. Cada vez que pasa, un papa le grita: ¡¡mapuche!!

Termina el partido, Olimpia campeón, es un cuadrangular de verano. Cuatro equipos de Los Hornos. Los hacen todos los años en febrero. Sirven de preparación para el campeonato, que empieza en marzo. Una mama entra a la cancha, primero caminando, enseguida va más rápido, empieza a correr, saca la cartera y la revolea contra el réferi, que la esquiva. Están varios minutos así, parece un espectáculo de circo. El árbitro tiene más cintura que Ortega, pide por favor, que alguien del club la pare. Mientras corre y esquiva, está tentado de risa.

Sábado, hay fecha. Primer partido, diez de la mañana, empiezan los más chicos. Último partido, seis de la tarde, terminan los más grandes. Los que juegan al mediodía, les toca con sol a pleno. Si hace calor, van parando para tomar agua. Un solo réferi para toda la jornada. A veces, el club pone un juez de línea. Si el equipo visitante se entera que es del local, arma lío. Una familia trae todas las camisetas, se las llevaron para lavarlas. Le toca una semana cada una. Antes de cada partido, el delegado pregunta quién comió. Para los que no, tiene preparada una vianda: un pebete de jamón y queso, una gaseosa y un alfajor Guaymallén.

A veces venía alguien de un club grande a buscar jugadores. Olimpia fichaba para Estudiantes. El representante decía: me gustan los paraguayitos, tienen la técnica de los argentinos y la garra de los guaraníes. Enzo era hijo de paraguayos, llegaba solo, caminando por la avenida. Empezaba a correr y no paraba hasta que alguien le decía, término. Se lo llevaron a Estudiantes, a los once años. No sé si llego a primera.

El 16 de agosto de 1869 fue la batalla de Acosta Ñu. No fue la última batalla de la Guerra del Paraguay, pero sí, tal vez, la decisiva. Paraguay se había quedado sin hombres. Después de la guerra, para recuperar población, se permitió la poligamia. Mujeres y niños empezaron a ser reclutados. Un pueblo en armas. Hay registros de soldados de siete, ocho, nueve, diez y once años. Solano López, con un grupo de veteranos escapó al norte. Un batallón de 3500 niños esperó a 20000 soldados brasileños. El 16 de agosto se celebra el día del niño en Paraguay.

https://medium.com/@alesanchezmorenolh/olimpia-9826e1858f53

*Colaboración para En Provincia.

Fotografía: Archivo web.