Julián caminó y caminó hasta creer volverse otro: un iluminado, un consagrado, e incluso una deidad. Escribió relatos ampulosos, versos interminables. Se lanzó al desierto de Atacama con el solo propósito de una idea, de poner a prueba su voluntad. Su inclinación al misticismo no fue suficiente para esa faena, y acabó perdiéndose en los brazos de la locura. Algunos creen haberlo visto en una playa del pacífico contando aventuras inverosímiles.
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