Marcelo Chapay: “Tres Arroyos, dos amantes y un destino”

Por Marcelo Chapay –

Una madrugada montaron un zaino y los dos enamorados, se largaron a cabalgar por la entonces pampa polvorienta, hacia Bahía Blanca, con el propósito de perderse en una gran ciudad.

Ese trío avanzaba, con tanta gracia y determinación, que parecía ir flotando hacia la felicidad. Tal vez porque la felicidad tiene que ver con la esperanza.

Portaban más ilusiones que pilchas y algunos pocos cobres. Juana viajaba sentada sobre el anca del noble animal, bamboleándose, asida a la cintura del jinete, fatigando kilómetros hacia el sur.

Delgada, con dos trenzas; blusa blanca inmaculada de algodón y alpargatas blancas, bordadas. La china.

Morrudo, pelo renegrido, de chambergo negro, camisa blanca sin cuello. Pañuelo liso sobre la espalda; faja, tirador con rastra, chiripá negro, botas con espuela y facón. El gaucho.

Ella, 15. El, 21.

En la zona rural de Tres Arroyos, en el sur bonaerense, vivían Juana y Cayetano. Allá, cuando despuntaba el alba del siglo pasado.

Se conocieron por 1910 en la “vuelta del perro”, esa costumbre de antaño de la gente joven, de pasear en las plazas públicas. Las mujeres caminaban en una dirección determinada y los hombres en sentido opuesto, para encontrarse en cada vuelta de frente y, a veces, tan sólo a veces, dirigirse la palabra.

El acercamiento, la aproximación , el cruce de miradas se produjo en la plaza San Martín, que lucía entonces una réplica de la pirámide de Mayo y hasta 1893, se llamó plaza Máximo Paz, en homenaje al gobernador bonaerense del siglo 19.

La historia de Juana y Cayetano está profundamente ligada a un paseo de calles barrosas y con profundos zanjones, que formaban una superficie que generaba serios trastornos para el desplazamiento de los carros.

Ante la negativa de los padres de la muchacha, que no veían con buenos ojos el incipiente noviazgo, la pareja, sin pensarlo mucho, optó por esa salida que vemos en el cine: huir hacia el amor. Toda la vida y su sentido, se redujo al camino emprendido porque la vida, exige una pasión, como decía Jorge Luis Borges.

Les tocó en suerte, afrontar una época extraña a los amantes, pero en su alocada carrera, el corazón les latía en las manos, en la panza, en la frente, menos donde se supone que está.

Así fue que, tras un día de cabalgata, con un sol milagroso en sus cabezas como testigo, en el horizonte se recortó una partida de milicos que, alertados por el padre de la muchacha, los detuvieron de inmediato.

Estos agentes del orden, pertenecientes a la emblemática Comisaría de Pesquisa de la Provincia, cuyo primer jefe fue Fray Mocho, formaban un cuerpo de elite que fue el origen de los Detectives Policiales supervisados en esa época, por el Juez de Paz de cada distrito.

El centenario de la Revolución de Mayo se festejó en un país que ocupaba el sexto lugar en la economía mundial y bajo el estado de sitio, decretado por el gobierno nacional que encabezaba José Figueroa Alcorta, a quien sucedería ese año, Roque Sáenz Peña.

Cayetano, a pesar de los ruegos de su amada, fue a dar con sus huesos al calabozo. Lo acusaron de secuestro y además, le aplicaron la Ley de Vagos y Mal Entretenidos que, con distintas variantes, ¡¡¡¡se aplicaba desde 1815!!!!

Esas arbitrariedades las detalló José Hernández en su Martín Fierro, la primera denuncia social con forma de obra colosal, que fue parida en la Argentina.

Durante todo ese año en la gayola, Cayetano, que honraba al santo del Trabajo – porque había nacido un siete de agosto- , le escribía décimas amorosas, cálidas, afectuosas a su Juana, con todas las limitaciones de alguien que no tuvo la chance de pisar seguido una escuela. La razón estaba clara: el mandato familiar, que era trabajar desde pibe en el campo como bestia, se cumplía a rajatabla.

El reencuentro desembocó en el casamiento inmediato y las ganas de ambos, se tradujeron en cuatro hijos en cinco años. Se decía que la cigüeña no los visitaba, sino que vivía con ellos.

Así las cosas, hasta cuando alguien dijo, meditó, evaluó y sentenció que el amor es dolor y poco más.

Antes de llegar a los 30 años, Cayetano fue apuñalado al amanecer, en un duelo de gauchos, cuchillo en mano y con dos padrinos como testigos. Lo que siguió fue la suerte fulera de Juana: quedó sola, pobre, en el medio del campo y con cuatro críos que alimentar.

En este país increíble, se redactó para 1878, el Manual del Duelo Argentino. Los abogados en primer lugar, secundados por los militares y los periodistas en tercer término, fueron quienes en mayor número limpiaron su honor a través de la espada, un sable o la pistola.

Esta historia de Juana y Cayetano, fue corroborada en su totalidad en el año 2034, en el 150 aniversario de la fundación de Tres Arroyos.

Se conoció al momento en que fueron rescatados varios papeles ya de color sepia, al efectuarse la apertura de un cofre enterrado en la plaza San Martín, a metros nomás, del busto de Dardo Rocha.

Fotografía: Archivo general de la Nación.