
Por Elvira Yorio –
Su vida, desde un comienzo, estuvo signada por la fatalidad. Sin embargo, pese a las trágicas experiencias sufridas, nunca abandonó su capacidad de elección. El ejercicio continuo del libre albedrío, lo convirtió- más allá de sus cualidades literarias- en un ser humano excepcional.
Recibió de su madre el cariño y el apoyo que compartió con siete hermanos. Ella era una mujer de gran sensibilidad artística, con especial afición hacia la música y la poesía, que trasmitió a su hijo. Durante dieciséis años, obró como el contrapeso que le permitió al muchacho convivir con un padre frío, arbitrario y violento, que exacerbaba estas fallas de carácter, por su condición de alcohólico. Muere esa dulce mujer, y poco después, los siervos se vengan del despotismo y maldad del padre, asesinándolo. Esa orfandad, provocó en él sentimientos encontrados, y pareció templar su personalidad. Concluidos sus estudios de ingeniería, que ejerció muy poco tiempo, abandonó esa profesión emprendida solo por imposición paterna, para dedicarse por entero a la literatura, que venía gestándose como su gran pasión.
En plena adolescencia, estalló la enfermedad que le atenacearía por el resto de su vida: la epilepsia. Patología de la que poco se sabía en aquel entonces y él afrontó con la misma entereza que otras desgracias. Es curioso, pero pareciera que cuanto mayores eran los tormentos de su mente, y brutales sus accesos epilépticos, más prolífica fue su producción literaria.
Las particulares condiciones en las que se desarrolló su infancia, le permitieron el contacto con personas del pueblo, circunstancia que posiblemente determinó esa actitud suya en defensa de los derechos de los trabajadores y su exaltada denuncia contra la opresión de las clases más débiles. Prueba de ello es su novela inaugural “Pobres gentes”, calificada como el primer intento de novela social. Reinaba entonces en Rusia el Zar Nicolás I, un individuo que no estaba capacitado para gobernar. Trataba con desprecio a la población campesina y a los trabajadores, procurando compensar su falta de aptitudes, con un cruel autoritarismo. La posición crítica de Fiodor, traducida en sus escritos y manifiestos políticos, habría de acarrearle graves consecuencias. Fue detenido, junto con otros militantes políticos, y sentenciado a muerte. El día fijado para la ejecución, estaba ya en el patíbulo, pronto a recibir la descarga que lo mataría, pero el fusilamiento sería solo un simulacro. Súbitamente se informó a los condenados que se les había conmutado la pena, transformándola en la de destierro y trabajos forzados, a cumplirse en Siberia. El confinamiento en Omsk marcó a Dostoievsky de manera muy peculiar. Aunque había enfrentado y superado experiencias de extrema penuria, estos cuatro años en la estepa implicaron un punto de inflexión en su vida. No solo influyeron en el agravamiento de su dolencia, sino que determinaron la adopción de un sesgo distintivo en su obra. Es fácil imaginar el ambiente en un presidio de esas características, carente de lo más elemental, ocupado, en su mayor parte, por hombres de la peor calaña, con defectos potenciados por el encierro, el maltrato y la falta de esperanza. En ese escenario, los ataques de epilepsia se convirtieron – paradójicamente- en flashes de escapismo, huidas ante tanta miseria, de las cuales regresaba con una suerte de inexplicable conformismo.
Nace así “Apuntes de la casa muerta”, novela en la que vuelca sus propios sentimientos, surgidos al calor del miedo, la depravación moral, la crueldad, la humillación, y otras miserias humanas de las que fue agudo observador y protagonista, o tal vez sería más propio decir, víctima. Uno de sus comentaristas la calificó como “novela documental” puesto que, en efecto, constituye una descripción minuciosa y cruda del régimen carcelario imperante en Omsk.
Sabido es que el cerebro capta cualquier estímulo que el cuerpo reciba. A la manera de defensa, responde, se activa, y elabora distintos mecanismos. Por ejemplo: ante una situación amenazante, libera adrenalina e igual acontece ante otros disparadores. Es lícito suponer que, ante un cúmulo excesivo de pensamientos que exigieron al cerebro de Fiodor una actividad continua y agotadora, se haya producido esa alerta, la epilepsia, como una especie de desesperado pedido de tregua. Lo extraordinario del caso, es que sublimó la enfermedad y le confirió categoría de “obra de arte”. Me refiero a su maravillosa novela “El idiota”. Este título no califica por cierto, al protagonista, sino a aquél que, desde su propia posición, lo mira y con superficialidad, se permite juzgarlo. Por cierto, esta narración es un alarde de orfebrería psicológica, pero también tiene implicancias sociológicas de notable valor. El protagonista es un ser puro que, como el autor, sufre epilepsia. El delineado de la personalidad de este personaje, prescinde de una mirada indulgente o compasiva. Según el relato, pareciera que esa dolencia estalla para abrir algo así como “las puertas de la percepción”. Ello se deduce de esta descripción: “la mente y el corazón se iluminan con una luz insólita; todas las excitaciones, todas las dudas, todas las inquietudes, se apaciguan repentinamente, se resuelven en una calma superior llena de armoniosa dicha y esperanza…” Algún biógrafo calificó a esta obra como “El Quijote” de la literatura rusa, y tal vez no estuvo errado, sabido es que Dostoievsky era un gran admirador de Cervantes.
Pese a haber enfrentado la adversidad y superado todo tipo de escollos, a Dostoievsky lo dominó su afición por el juego, que no pudo vencer. Después de su regreso de Siberia probó ese recurso que, como es sabido, no enriqueció a nadie y, por el contrario, condujo a muchos a la ruina. El problema de la necesidad de dinero por sus acuciantes apremios económicos, y la implacable persecución de los usureros, lo llevó a escribir febrilmente y mal vender sus obras. Así ocurrió con “Novela en nueve cartas” que concluyó en una sola noche. “El jugador”, escrita en un mes, también corrió igual suerte, lo mismo que “Crimen y castigo”. Este libro, se publicó por capítulos en un periódico, y constituyó un resonante éxito de lectores y crítica. La vida también consistió para el escritor un juego perverso, donde se alternaron los triunfos y las derrotas, la esperanza y la tristeza, el placer y el dolor, la lealtad y la infidelidad, el amor y el odio…ninguna de las grandes pasiones que haya podido experimentar el ser humano, le fue ajena, y las transitó con inusitada intensidad. Contrajo matrimonio con una viuda, y tuvo una apacible convivencia durante algunos años, pero de pronto una pasión vesánica por otra mujer lo dominaría, al punto de emprender un largo viaje a París para encontrarla. Difícil travesía que culminaría en una desilusión, ya que termina rechazado por su amante. Regresa a Rusia, y meses después muere su esposa, lo cual le provoca remordimientos por haberla abandonado. La relación clandestina, efímera e impura, tendría reflejo en alguna de sus narraciones. Tiempo después contrató a Anna, una taquígrafa, pues acostumbraba a dictar sus obras, y la convirtió en su segunda esposa. Sería su gran amor y madre de sus cuatro hijos. La gran diferencia de edad entre ambos, veinticinco años, no fue óbice para que constituyeran una feliz pareja, cuya armónica vida en común redimió a Fiodor de antiguos padecimientos. Estaba convencido de que “…el infierno, es el sufrimiento de no poder amar.”
“Crimen y Castigo” obra maestra de la literatura universal, fue concebida por el autor treinta años antes de ser escrita. Pertenece al grupo de historias que bullían en la mente de Fiodor durante su permanencia en la cárcel de Siberia. Revela la profunda contradicción moral del protagonista. Éste planea un crimen de manera tal, que termina considerándolo algo así como un asesinato justificado. Cometido el hecho, se ve sacudido por sentimientos de autodesprecio y culpas insoportables. Sin embargo, esa culpa no implicaría arrepentimiento. Como en algunas otras de sus obras, el escritor parece conferirle a la confesión virtudes absolutorias. Tal vez haya en esta concepción un componente religioso, que también se manifiesta en otros relatos. Esta obra, traducida a muchos idiomas y analizada por grandes literatos, ha provocado profundas reflexiones en todos cuantos la leyeron. Plantea un dilema ético: ¿el fin, justifica los medios? Como dijera Huxley, muchos años después, fines en apariencia nobles pueden ser desnaturalizados por el empleo de medios violentos o inmorales. Cabe destacar que el escritor nunca dibujó estereotipos, el “bueno”, el “malo”…pergeñó sus personajes tan humanos como la realidad los muestra en su franca complejidad. Esas descripciones influirían en grandes pensadores como Nietzsche, Einstein, Freud, Sartre…
Es indudable el carácter marcadamente autobiográfico de muchos de sus libros, en realidad, cada uno de ellos, semejan confesiones necesarias para expiar culpas reales o imaginarias. Hay uno en particular que parecería reflejar sus vivencias. Se trata de “Apuntes del subsuelo”. El título, cabe presumir, alude al complejo de inferioridad que siente el protagonista. Está “debajo de”, aparentemente abrumado por la culpa y atormentado por sus propias contradicciones. Además o, como consecuencia de esa situación, en pugna con el entorno. Evidencia la dificultad de relacionarse con los demás. Enuncia la neta oposición entre las fuerzas del destino y la libre determinación del individuo, planteo que desarrollaría después magistralmente, en su última novela, “Los hermanos Karamazov”. La soledad, la alienación, el marginamiento y el comportamiento irracional, son analizados a través de un monólogo atrapante y por momentos, opresivo, que pareciera conducir a un callejón sin salida. “Soy un hombre enfermo…soy un hombre rabioso…” así se presenta este personaje quien, en primera persona y sin contemplaciones, desnudará sus miserias a la manera de un anti-héroe, que trata de aminorar su visceral insatisfacción, pero no lo consigue. Consciente de sus bajezas y sus culpas, se rechaza a sí mismo. Cabe señalar que esta novela fue escrita en un momento muy particular de la vida del escritor: acababa de morir su primera esposa a la cual había sido infiel, y de alguna forma, ante ese ineluctable desenlace, se sintió culpable.
“Los hermanos Karamazov” tal vez sea su novela más difundida. Los vínculos familiares y sus implicancias, son descriptos con precisión. Las relaciones fraternales con los altibajos que pueden afectarlas y los sentimientos encontrados que planteaba en esos tiempos la familia ilegítima, se muestran concretamente. Pero también contiene una aguda crítica social y más aún, expone un vibrante alegato contra las falsas creencias. La leyenda del gran Inquisidor es una pieza única, a la que se ha calificado como la mayor exaltación de la libertad. Pareciera que Dostoievsky formulara una interpelación: ¿ Es posible ser honesto y ejercer el libre albedrío en una sociedad corrupta que exhibe un alto porcentaje de inmoralidad y en el mejor de los casos, de ignorante indiferencia?
¡Qué personalidad la suya! Nuestros estudiosos de la psicología contemporáneos hablarían seguramente de los shock postraumáticos que le sobrevinieron ante experiencias extremas, también de su capacidad para gestionar la adaptación, o su aptitud para la resiliencia… en realidad no importa el rótulo que se pueda hoy conferir a las distintas contingencias de su vida, su fortaleza e inteligencia son indiscutibles y dignas de encomio. Nietzsche afirmó que Dostoievsky fue el único psicólogo de quien tuvo algo que aprender. Por su parte, el español Pío Baroja no solo lo colocó a la misma altura que al Dante, Shakespeare y Goethe, sino que vaticinó que se consideraría a la obra de ese escritor, como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XIX. Hemingway, Kafka, Joyce, Woolf, Faulkner, Sartre, Pamuk y otros eximios escritores, reconocieron la influencia que el escritor ruso ejerció en sus propias obras. Entre nosotros fueron sus seguidores Roberto Arlt y Ernesto Sábato. Un siglo y medio después, su genial obra literaria admite una segunda y aún ulteriores lecturas. La frase del Evangelio según San Juan inscripta en su lápida, contiene un simbolismo propicio para la reflexión: “…si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, mucho fruto lleva…”
Fotografía: Archivo web.