
Por R. Claudio Gómez
Resulta arriesgado suponer que en otras regiones del mundo puede suceder lo mismo. Es también temerario sospechar que el asunto ocurra fuera del AMBA; por eso, nos vamos a referir solo a esta parte del universo: la que alberga a los pobladores, digamos, del Gran Buenos Aires y de CABA. Una zona geográfica de populosa demografía y con sus propias lógicas, donde abundan diversas clases sociales, pero en la que también conviven diferentes clases de personas que pertenecen a la misma clase social. Nada es tan simple ni monótono por estos lares.
Por eso, lo que ocurre con el Facebook en este universo tan peculiar, de gente que hasta hace cinco meses andaba por la calle con un apuro indiferente, hoy toma otra forma: se transforma y vuelve al principio de los tiempos. Así, la red social que más agrada a los veteranos abandona su razón de ser. Es decir, aquella motivación inaugural que la impelía a publicar fotos y algún comentario circunspecto mutó para convertirse en una moderna Babel, donde todo se intercambia, como en las lejanas épocas del trueque, cuando el papel pintado no tenía valor comercial.
Claro que aquí la cosa no pasa por trocar cosas (en el sentido material del término), sino de cambiar sensaciones, opiniones y experiencias. De esta manera, seres anónimos y no tanto -porque en Facebook la amistad se consigue y se acepta por motivos variados- intercambian lo que tienen a mano y desde donde pueden. Se trata de sujetos que carecen, en tiempos de aislamiento, de la imagen recién tomada, de la fotografía casi espontánea que llaman selfie. O peor, cuando la poseen, esta imagen estampa menos la grandilocuencia de una acción multitudinaria que la precariedad de un par de personas un tanto aburridas.
Así la cuestión, Facebook cobra un nuevo sentido. El sentido de la calidad del trueque: uno pasa el video de un gato jugando con un cordón rojo y la otra le devuelve un perro comiendo una banana. Pero, ese ejemplo, es demasiado indecoroso y débil. A veces allí se juegan cosas más caras. Por caso, opiniones controversiales.
Esas consideraciones no funcionan nunca como un diálogo, sino como un intercambio de puntos de vista. Basta colocar la imagen y declaración de un político, para que otro, con fervor opositor exprese una valoración completamente contraria y otra u otro siga su línea o lo contradiga hasta que el trueque se desvanezca en interés, aunque nunca en argumentos.
Aparecen además ofertas de la más variada especie, libros, películas, series, cremas, electrodomésticos, recetas, tutoriales, cuyo vínculo, como lo es en el universo de todas las cosas, no es otro que reunirse para existir. Todas esas cosas parecen pertenecer al espacio de ser-si-otro-las-ve, para que ese otro exponga las que tiene en su poder.
Existe en Dinamarca Holstebro, una pequeña ciudad de Jutlandia. Tiene apenas más de 2 millones de habitantes. Allí nació el Odin Teatret: un colectivo de artistas que viaja por el mundo trocando cultura. Van por los más recónditos lugares del orbe con músicos, actores, pintores y cultores del arte de toda laya. Paran en un sitio y despliegan su artillería. La idea no es solo promover su actividad, sino convocar a que en cada lugar le muestren la suya. Estuvieron en la selva amazónica, con la tribu de los yanomani, quienes agasajaron al grupo con un baile en círculo y golpeando rítmicamente caparazones de tortuga.
Odin Teatret también anduvo en su paso por Sudamérica, hace unos años, por el Palacio de la Moneda en Chile, con Pinochet en el poder, donde fueron expulsados a fuerza de cachiporra. De alguna manera, aquel Chile también le devolvió al grupo de artistas algo de su situación cultural de entonces.
Facebook es trueque. Es interesante considerar ese nuevo sentido de existencia de esta red, porque acaso con poco, pero con buena voluntad, podamos recibir una invitación, un obsequio, una sorpresa, que en épocas de aceleración urbana hubiésemos pasado por alto. Y estos no son tiempos para desaprovechar emociones.