El niño de la hamaca

Por Guillermo Cavia –

El niño de la hamaca es como cualquier otro, pero a la vez, este es distinto. Su madre lo ve hamacarse y dice: “un cielo pacífico sobre su cabeza es todo lo que necesita para la felicidad”.

Ese niño se llama Zhenya y ha tenido su primer día en la escuela local. Le gusta mucho y el hecho es una bendición. No sería tan distinta esta historia a la de miles de niñas y niños que asisten a la escuela, pero en el caso de Zhenya, si lo es.

No muy lejos de ese lugar de juegos hay un arenero, cuando el niño juega, no hace montañas, ni casas de silicio, construye refugios antiaéreos. “Cuando vamos por la carretera y nos adelanta un coche, cae abajo y se pliega en la posición del embrión.  Le digo que no haga eso aquí.  Estamos en un país vecino, amistoso y pacífico. Y sigue cayendo” dice también su madre.

Se trata de una niñez que se desarrolla en la guerra. De una tremenda invasión Rusa que les ha destruido su tierra, sus casas, los edificios, iglesias, sinagogas, centros comerciales, el alma, los corazones, todo. Por ello debieron escapar con sus valientes madres hacia el oeste, algunos a pie, otros en autobuses, aviones, en trenes, vehículos particulares. Familias enteras y a la vez desmembradas. Muchas ahora residen en Polonia. Un país que los alberga, los cuida, que es amistoso, que es vecino.

Si observamos la cara de Zhenya, está feliz, la hamaca es todo lo que necesita para mostrar su sonrisa que descubre la caída de los primeros dientes. El niño está en esa etapa maravillosa de la infancia, en que hay un escudo invisible que lo protege. Donde nada lo puede dañar. Un halo protector más poderoso que cualquier monstruosidad, perpetrada por la atrofia de adultos.

Europa está completamente en guerra, no se trata solo de Ucrania y de Rusia. Lo que le ocurre no pasaba desde la Segunda Guerra Mundial. Las imágenes permiten mostrar la devastación de una nación. Los refugiados Ucranianos crecen en volumen y en dolor. Las resistencias son extremas y la invasión es incesante. Todo el escenario es dantesco. Naciones Unidas dice que son más de 3,9 millones de personas las refugiadas pero, como si eso fuera poco, se habla de una categorización dentro de los refugiados.

¿Qué pasa con la humanidad?

Es una pregunta sin respuesta. Las evidencias de lo que somos capaces están a la vista en pleno siglo XXI. No hay garantías en este conflicto porque hay una competencia entre lo moral y la ideología. La culpa es para unos la responsabilidad de los otros. Solo basta con mirar la tragedia en Siria durante el año 2015, siempre hay razones de fondo, que generalmente emanan de mentes que no razonan, donde todo falla.

El niño del arenero no es otra niño. El niño de la hamaca tampoco es otro niño, no se trata de solamente un niño en la arena de juego, ni de un niño en una hamaca, es darnos cuenta que cada uno de nosotros somos ellos.

Fotografía: Valentyna Parakhina