En febrero de 1913 un joven de 22 años de nombre Florencio, llegó a la ciudad de Mar del Plata y se radicó por unos días junto a su madre Josefina en el hotel Centenario, (regenteado en ese entonces por Luis Varese, para pasar unos días de descanso.
El hotel se encontraba sobre Playa de los Ingleses (hoy Varese) y es por ello que Florencio bajó a disfrutar de sus cálidas arenas, para así darse un buen baño en el mar.
Era las 9 de la mañana, e ingresa al mar. La playa para esa hora aún estaba desierta.
Los ímpetus de su juventud lo llevaron a arriesgarse varios metros adentro del mar, mas allá de la seguridad recomendada. Minutos después, agotado y viendo como la corriente lo arrastraba sin remedio cada vez más, empieza a chapotear y a gritar como podía, con una boca a la que cada vez que la abría desesperadamente, le entraba más cantidad de agua salada.
La playa seguía desierta. De casualidad, un joven marinero africano que era de Cabo Verde escucha sus gritos ya desfallecientes, entonces se lanza al mar y siendo hábil nadador, logra rescatar sano y salvo al aturdido joven.
Años después, en 1933, el irresponsable muchacho que casi se ahoga es ahora el gran Florencio Molina Campos, regresa al mismo hotel dirigido por Luis Varese.
Hace el viaje para recordar a su madre, que había fallecido un año atrás. Su madre, Josefina, amaba esa playa.
Al bajar a la playa no ingresa al mar, se sienta en la arena bajo una sombrilla, allí pinta el cuadro que acompaña este pequeño relato, única obra de Molina Campos no ambientada en el paisaje rural gauchesco.
Una obra incomprendida en su momento, pero cuya razón de ser queda así al descubierto. Molina Campos es la sombra proyectada, alejada (por tardía precaución) de las peligrosas aguas.
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