“El estruendo como símbolo de nada”

Por Aylin –

Hay quienes creen que el ruido los vuelve visibles. Que la explosión los consagra. Que el estruendo los eleva por encima del silencio. Pero lo que logran, en realidad, es lo contrario: se hunden en la banalidad de una cultura que confunde festejo con violencia, alegría con tortura, identidad con daño.

La pirotecnia no es inocente. No lo fue nunca. Es un acto de agresión acústica que atraviesa especies, edades, condiciones. Los animales —perros, gatos, aves, caballos— sufren con un pánico que no entienden ni pueden evitar. Los niños con autismo, los adultos con hipersensibilidad sensorial, los ancianos con afecciones cardíacas: todos son víctimas de una práctica que se sigue tolerando como si fuera tradición.

Y no, no es solo en Navidad. No es solo en Fin de Año. Es todo el año. En cada cumpleaños, en cada partido de fútbol, en cada excusa que algunos necesitan para demostrar que existen. Como si el silencio los borrara. Como si el respeto los disminuyera. Como si el único modo de celebrar fuera estallar.

El fútbol, en particular, se ha convertido en el gran justificativo del estruendo. Cada gol, cada triunfo, cada derrota, cada previa: todo parece habilitar la explosión. Como si el amor por un equipo se midiera en decibeles. Como si la pasión necesitara bombas para ser legítima. Como si el fervor no pudiera expresarse con canto, con abrazo, con presencia.

Pero ¿qué celebran exactamente? ¿La victoria de un equipo? ¿La llegada de un año nuevo? ¿O el triunfo de la indiferencia sobre la empatía?

La pirotecnia no es cultura. Es ruido sin sentido. Es espectáculo sin belleza. Es ritual sin alma. Y quienes la usan como símbolo de identidad, deberían preguntarse qué identidad están construyendo: ¿la del que impone, la del que asusta, la del que no escucha?

Hay campañas, sí. Algunas tímidas, otras valientes. Pero falta una conciencia colectiva que entienda que el respeto no es negociable. Que el sufrimiento ajeno no puede ser parte del festejo. Que el silencio también puede ser celebración.

Porque hay formas de marcar presencia sin dañar. Hay gestos que iluminan sin estallar. Hay rituales que consagran sin herir.

Y quizás, algún día, el ruido deje de ser símbolo de nada. Y el respeto, por fin, se vuelva costumbre. Mi abuela decía que quienes necesitan de un estruendo para realizarse es porque tiene problemas sexuales, así que por cada bomba que escucho, por cada moto que pasa haciendo ruidos insoportables, digo: “Ahí va alguien con problemas sexuales”.

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