Por Mercedes Ezquiaga – Agencia Télam –
El Día Mundial del Agua, que se celebra cada 22 de marzo en todo el mundo para generar conciencia acerca de la importancia de este recurso esencial para la vida, encuentra su correlato en las artes visuales, en la imaginería de numerosos artistas que han convertido el tema en protagonista de su producción, desde Gyula Kosice y su Ciudad Hidroespacial hasta las aguas teñidas de verde de Nicolás García Uriburu o el sistema de extracción de agua que por estos días exhibe Agustina Woodgate en La Boca, bajo el título “Chorros”.
Un proyecto artístico y ambientalista dedicado a revalorizar la importancia del agua y concientizar sobre su escasez es el que lleva adelante desde hace una década el artista Carlos Montani, cuya muestra se inaugura este miércoles en la Casa de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. La instalación consta de de 1.900 de botellas con muestras de agua extraídas de diferentes partes del mundo por personas de diversos ámbitos, desde el Papa Francisco hasta Marta Minujín, pasando por Patricia Sosa, Elena Roger y Milo Lockett.
Curada por Virginia Fabri, la exposición se inscribe en el proyecto artístico bautizado “Aqua Planetae”, una obra en construcción que Montani arrancó en el año 2012 y se compone de 1.901 muestras de agua de 69 países de los seis continentes. Cada botellita de cien centímetros cúbicos está sellada y rotulada con el lugar, la fecha y el nombre de la persona que obsequió el agua.
Esta suerte de “arquitectura acuática” -hay muestras de agua de la Base Esperanza en la Antártida, de la Isla de Pascua, del Círculo Polar Ártico, de la India, Grecia o Turquía, por nombrar algunas de las geografías que recorrió el artista- se despliega en la sala en una estructura modular y por la consistencia del agua genera un efecto lumínico que imita las ondas.
“Dentro de 20, 50 o 100 años, cuando el agua sea mucho más escasa que ahora, este universo de muestras históricas como primitivos daguerrotipos, les permitirá a nuestros descendientes conocer el agua que tomaba cada una de las personas que enviaron sus muestras. Me emociona de sólo escribirlo”, declara el artista, ingeniero y ambientalista, cuyo trabajo fue incluido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en las acciones de la “Década del Agua” para ayudar a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La muestra se podrá visitar hasta el 20 de abril en el espacio de Avenida de Mayo 575.
Pionero del arte cinético y creador del movimiento Madí, el artista húngaro Gyula Kosice (1924-2016) afincado en Argentina desde niño, fue un precursor en la escultura hidráulica -es decir, en tomar el agua como elemento esencial de la obra- y es en esa misma línea que concibió en los años 50 “La Ciudad Hidroespacial”, la idea de una urbe suspendida en el espacio por la energía del agua, un proyecto que la Nasa calificó de “factible” pero “costoso”, que además fascinó al gran escritor estadounidense Ray Bradbury.
En sus producciones artísticas, no solo modeló volúmenes acuosos sino que además planificó una ciudad flotante sustentada por la potencia del agua: la idea de una megalópolis suspendida a 1200 metros sobre el nivel del mar -representada con un conjunto de maquetas, constelaciones lumínicas, fotomontajes, dibujos, paneles y lugares para vivir, con sus respectivas descripciones-, fue adquirida en 2009 por el Museo de Bellas Artes de Houston, Estados Unidos.
En una casona ubicada en la calle Humahuaca 4662, en el barrio de Almagro, se conserva el Museo Kosice -su antiguo taller- que alberga más de 200 obras realizadas a lo largo de 70 años y que recibe al visitante con una gran gota de agua, esa suerte de marca registrada de Gyula. Se destacan sus esculturas realizadas con agua y luz (hidrocinéticas), sus producciones más características, con esferas y gotas, chorros de agua, burbujas, juegos de luces y ruidos.
“Chorros” se titula la más flamante exposición de la artista argentina Agustina Woodgate que acaba de abrir sus puertas en la galería Barro, en La Boca y que en una atípica propuesta decidió realizar un pozo de seis metros de profundidad para extraer agua, en el centro de la sala expositiva, y materializar de algún modo el sencillo acto de beber un vaso de agua purificada.
La artista que reside entre Amsterdam y Buenos Aires y que centra su práctica artística en el estudio de las teorías de valor, las relaciones y las lógicas de poder que operan en la sociedad, construyó un sistema de purificación y distribución de agua en la galería, que bombea directamente de la napa freática por sobre el Acuífero Puelche y que, por su profundidad, extrae y lleva hasta la superficie la porción más contaminada de agua.
“El disparador fue intentar extraer agua -contó Woodgate a Télam- de manera autónoma fuera de la red. En general en mi trabajo intento encontrar esa grieta, ese intersticio a los modos estandarizados de la sociedad, a los sistemas de infraestructura que nos proveen de los recursos necesarios para la vida. Esto que está pasando en la galería es ‘valor’, es economía, regulando recursos del agua, es un sistema económico y de distribución”, reflexionó.
Se pueden ver en el centro de la sala diez tanques de agua de mil litros cada uno, ubicados sobre pedestales, que se van llenando con chorros de agua extraídos del pozo realizado por una cuadrilla de expertos, una titánica tarea que incluyó perforistas, ingenieros de sanidad, geólogos, ambientalistas, hasta arqueólogos y “custodios de agua”, una perforación que demandó varias semanas de trabajo y que apenas se vuelve palpable en el espacio gracias a un sencillo caño azul que asoma a menos de un metro de la superficie. El agua extraída no es idónea para el consumo.
Hay inscripciones, frases, sobre las superficies de cada uno de estos tanques de agua: cálculos, indicaciones, referencias que aluden a ese bien preciado que es el agua pero que no están expresadas en litros sino en estimaciones tan particulares como elocuentes: “5 copas de vino”, “¿nos tomamos un cafecito?” o “El sudor de 22 jugadores durante un partido de 90 minutos”, se lee junto a una rayita que indica qué altura del tanque requiere cada labor. Toda la tubería está expuesta para revelar la infraestructura que hace posible este proceso de purificación. La muestra se puede visitar en la galería Barro, Caboto 531, en el barrio porteño de La Boca.
Con una fuerte impronta ecologista y un gran compromiso con el cuidado del medio ambiente, el argentino Nicolás García Uriburu (1937-2016) tuvo uno de los puntos salientes de su carrera cuando decidió colorear de verde fluorescente las aguas del canal de Venecia en paralelo a la famosa bienal de arte de esa ciudad, el 19 de junio de 1968, el año de la imaginación al poder.
Las imágenes del Gran Canal veneciano teñidos de verde fluorescente -con una sustancia inofensiva para la flora y la fauna- dieron la vuelta al mundo y casi le significan un día de prisión para el artista, que no había sido invitado oficialmente a la muestra: sin embargo, la intervención artística marcó el punto de partida internacional de su militancia ecológica, sin contar su capacidad de anticipación frente al desastre ambiental del planeta.
El verde era para Uriburu el color del señalamiento, del alerta, pero también de la esperanza. La coloración del Gran Canal se convirtió en un hito del Land Art -espacios naturales transformados por la acción del artista- y se enmarcó en las tempranas manifestaciones de la performance y del conceptualismo.
“Ningún artista se había dedicado a las cuestiones ambientales antes pero llegó un momento en el que había que decir algo porque la explotación de los recursos naturales ya era evidente entonces y no se podía seguir defendiendo lo indefendible. Asumo mi arte como una forma de militancia desde fines de los años 60 cuando coloreé por primera vez las aguas de Venecia. Si bien los problemas ambientales no han dejado de agravarse desde entonces, nada de lo que hice fue en vano. Sobre estas cosas hay que pronunciarse una y mil veces porque siempre hay nuevas generaciones que tienen que escucharlo. La urgencia ambiental más grande que tenemos es cambiar el pensamiento de la gente y en eso estoy desde hace tanto tiempo”, había dicho el artista en una entrevista, meses antes de morir.
La coloración de aguas se terminaría convirtiendo en una marca personal que replicaría luego en el East River neoyorquino, el parisino Sena, Trafalgar Square en Londres, las fuentes de la Plaza del Congreso y Monumento a los Españoles de Buenos Aires e incluso a las fuentes del Museo de Arte de San Pablo en Brasil. En 2010, en otra imagen memorable, García Uriburu tiñó de verde las aguas del Riachuelo, junto a Greenpeace.
Argentina tiene su propio Museo del Agua, que funciona en el Palacio de las Aguas Corrientes (Viamonte 1951) y que propone exposiciones de arte y actividades lúdicas para que niños y niñas aprendan sobre la importancia del cuidado del agua como recurso vital de nuestro planeta. Actualmente, se pueden visitar “Huellas del agua” de Ariana Jenik y Martín Parselis, y “Un río en el Palacio” de María Inés Tapiavera y Dardo Fabián Flores.
Por último, “El futuro del agua” se titula el proyecto del arquitecto Diego Arraigada, que propone una reflexión sobre la relación humana con el agua, desde el origen de la vida hasta su importancia para el futuro, elegido para representar a la Argentina en la próxima Bienal de Arquitectura, que se realizará del 20 de mayo al 26 de noviembre de 2023 en Venecia, bajo el lema “El Laboratorio del Futuro”.
Establecido por las Naciones Unidas en 1993, el Día Mundial del Agua se conmemora cada 22 de marzo, una fecha pensada para inspirar acciones que apunten a cuidar el agua dulce, un derecho elemental para el desarrollo de la vida y una temática en la que han puesto el foco cientos de artistas a lo largo de la historia, y que hoy se acentúa con una agenda ambiental a la orden del día.
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