Por Luna –
Hubo una noche, hace más de mil años, en la que los hombres del norte juraron haber visto dos lunas en el cielo.
Una era la nuestra, blanca y serena. La otra, rojiza, ardiente, tan brillante que proyectaba sombras en la nieve.
No era un mito: los astrónomos chinos del siglo XI también la registraron. Aquella segunda luna era, en realidad, una estrella moribunda que explotaba a 6.500 años luz de la Tierra.
Esa explosión —la supernova que hoy conocemos como SN 1054— fue tan intensa que su luz viajó siglos hasta alcanzarnos y permanecer visible durante 23 días, incluso de día. Los pueblos de todo el planeta la vieron sin comprenderla. Algunos pensaron que era una señal divina; otros, que el cielo se había abierto.
De aquella muerte cósmica nació algo nuevo: la Nebulosa del Cangrejo, un remolino de polvo y energía que aún palpita en el vacío, expandiéndose como un suspiro del universo.
Cada partícula de ese estallido sigue viajando, y quizás —sin saberlo— ya forme parte de nosotros.
Porque eso somos: fragmentos de antiguas estrellas que ardieron y murieron para que pudiéramos existir.
A veces el cielo no nos muestra el futuro, sino nuestro pasado. Y en una noche de hace mil años, la humanidad entera miró hacia arriba y vio su propio origen reflejado en una segunda luna.
Fotografía: https://pixabay.com