Elvira Yorio: “¡Argentinos a las cosas!” Ortega y Gasset nos sigue interpelando

Por Elvira Yorio –

Recuerdo a mi antiguo profesor de dibujo en la escuela secundaria. ¡Cuánto se reían de él las alumnas! Sin embargo, con su aspecto ridículo y su mirada tonta tras los gruesos cristales de miope, me enseñó verdades que nunca olvidé. Durante varias clases explicó qué era la perspectiva. Quedé fascinada.  Tenía entonces trece años y era la primera vez que oía hablar de Ortega y Gasset. Por una sugerencia suya leí el libro “La deshumanización del arte” y ello me ayudó a comprender que la perspectiva era una noción aplicable a todas las cuestiones de la vida. Y me asombré al comprobar que, para representar la realidad, estamos obligados a falsificarla. Se cumplen en octubre setenta años de su muerte. Pertenece a los grandes cuyas palabras aún tienen vida. Se le considera como el pensador más universal de España. Fernández de la Mora lo define como el máximo pensador hispano de la primera mitad del siglo XX, y pone de relieve sus áureas cualidades: haber develado, a través de profundas elucubraciones, muchos de los interrogantes que fueron temas problemáticos que angustiaron al ser humano.

 Dijo: “Yo, soy yo y mi circunstancia” .Y, en torno a esta afirmación, desarrolló un razonamiento lógico que expresa su pensamiento filosófico precursor del   existencialismo, la vida como realidad radical, la teoría de la razón vital. Como los existencialistas afirmarían después: la existencia precede a la esencia. Influyó en Heidegger y en Sartre.  Su propósito, evidenciado a través de una obra vastísima, tanto escrita como contenida en clases, cursos y conferencias que pronunció, era ante todo, enseñar a pensar, lo que consideró el camino indispensable para aproximarse a la verdad. Aún cuando descartó que es difícil encontrar una verdad absoluta. Reformador de las ideas históricas y políticas de España (“Meditaciones del Quijote” 1914), desde  muy joven, canalizó su prédica en las páginas del periódico “EL Sol” en cuya fundación colaboró y  tanta incidencia tuvo en la opinión pública española. Aunque tal vez su mayor aporte al pensamiento, no solo español, sino también europeo, fue su postura de analista crítico, que concretó desde “El espectador” conformando un mensaje acuñado en su peculiar perspectiva, sobre los temas más acuciantes que afectan al ser humano de todos los tiempos. Cabe recordar la variedad de tópicos abordados en esa compilación que abarcó 8 tomos. Fundó la “Revista de Occidente” en 1923 , la publicación cultural más importante que tuvo España, dedicada a varios temas y en especial, a la literatura. Cuando en 1936 estalla la guerra civil, se interrumpe esa publicación, y Ortega opta por el exilio. En ese deambular por el mundo, llega a Argentina, país con el que estuvo vinculado desde su juventud. Tanto que, su primera visita a nuestra tierra data de 1916, luego vino en 1928, y finalmente en lo que sería su estadía más prolongada, en 1939 hasta 1942. Se consolidaría entonces un fluido intercambio cultural que se había iniciado a través de la Revista “Sur” que dirigía Victoria Ocampo, fundada en 1931. En ese ámbito trabó amistad con Borges, Bioy Casares y otros destacados escritores vernáculos.

Sus lecciones, pese al transcurso de los años, siguen proveyendo tema para la reflexión. En 1930  decía a propósito de la existencia de partidos y de su pregonada necesidad: “la exigencia de que todos los hombres sean partidistas es uno de los morbos más bajos, ruines y ridículos de nuestro tiempo. No interesan los individuos porque mueren, es preciso perpetuar los partidos. Todo hombre será miembro de algún partido y sus ideas y sentimientos serán partidistas. Nada de ajustarse a la verdad, al buen sentido, a lo justo y a lo oportuno. No hay una verdad ni una justicia: hay solo lo que al partido convenga…” Una visión pesimista de la realidad, pero que la experiencia demostró como verdadera. Años más tarde aclara ( a propósito de las interpretaciones suscitadas por su libro “La rebelión de las masas”): “El asunto de que aquí se habla es previo a la política, ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas en efecto, son formas de hemiplejia moral”.

En otras de sus alocuciones, exhorta a la audiencia: “¡Sorprendente condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Decidimos siempre, incluso cuando, desesperados, hemos decidido no decidir.”

 Su ilustre discípulo el gran filósofo Julián Marías destaca la clara visión anticipatoria de Ortega, cuando se refiere a la crisis de las normas, la creencia de que ya no hay mandamientos, de que hay solo derechos y ninguna obligación. La sustantivación de la juventud como tal, hasta hacer de ella un chantaje. Todo eso está filiado con singular precisión, mostrado como una ingente falsedad, como una suplantación de la realidad…en su comentario a “La rebelión…” cuarenta y cinco años después de publicada. Indubitable entonces, tanto como ahora, cabe agregar. Advertía Ortega sobre el peligro que amenazaba a la civilización: “la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica que sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Para la masa es una gran tentación esa permanente y segura posibilidad de conseguir todo sin esfuerzo, lucha, duda, o riesgo…”

En otra magnífica lección de sociología decía el filósofo español: “A veces la opinión pública no existe. Una sociedad dividida en grupos discrepantes, cuya fuerza de opinión queda recíprocamente anulada, no da lugar a que se constituya un mando. Y como a la naturaleza le horripila el vacío, ese hueco que deja la fuerza ausente de opinión pública, se llena con la fuerza bruta.” Cualquier parecido con nuestra realidad de las últimas décadas…es mera coincidencia. Remata su pensamiento diciendo: “Periodistas, profesores, y políticos sin talento componen el estado mayor de la envidia. Lo que hoy llamamos opinión pública y democracia, no es en gran parte, sino una purulenta secreción de almas rencorosas.”

Más lecciones del maestro. Sobre los sentimientos básicos del ser humano: amor y odio. “El amor nos liga a las cosas, por consiguiente, hay en el amor una ampliación de la  individualidad que absorbe otras cosas dentro de ésta”, en firme estructura esencial. En cambio, “la inconexión es el aniquilamiento. El odio que fabrica inconexión, que aísla y desliga, atomiza el orbe y pulveriza la individualidad. El rencor es una emanación de la conciencia de inferioridad”.

En otra lección, se ocupa de resaltar las acciones interindividuales. Por ejemplo, la caricia. Lo dice bellamente: “la caricia es algo así como seguir hablándose en una nueva forma”. Y concluye: “La vida humana es, en su última verdad, radical soledad, por eso el amor es el ensayo de canjear dos soledades.”

Al comienzo mencioné que Ortega, durante su última visita a nuestro país, fue invitado por el intendente Municipal de La Plata. Corría el año 1939, el salón dorado de la comuna desbordó con entusiastas asistentes a la disertación “Meditación del pueblo joven”. Y precisamente, el maestro habló reiterando su opinión expresada en anteriores visitas, acerca del potencial que percibía en un pueblo como el nuestro, que se estaba formando. Percibiendo determinadas cualidades negativas, formuló una exhortación, un llamado hacia la recuperación de las mejores aptitudes del argentino, abandonando comportamientos subalternos. En la ocasión dijo: “Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales-que son egregias- su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental, secuestradas por los complejos de lo personal. ¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Me permito disentir en cuanto Ortega califica de “egregias” las potencias espirituales de los argentinos. Si tomamos ese término en la acepción que le asigna Russell, no sería apropiado. Para el ilustre pensador inglés,  son egregios quienes están fuera de la grey. Es decir, no pertenecen a un rebaño. Y precisamente, el problema que impidió a los argentinos poner su atención en lo importante, estribó siempre en su identificación con el rebaño. Volviendo a Ortega, mucho antes se había referido a nuestro país y a los argentinos formulando un  fino análisis psicológico y sociológico, destacando cuáles eran para nosotros las cuestiones importantes. Lamentablemente, como él mismo lo reconoció, aquello que pretendió ser un consejo, se convirtió en una premonición. Pasaron 86 años desde entonces, y  el reencuentro con nuestra identidad, continúa siendo un proyecto de difícil concreción. La atención y la acción no se han concentrado aún en lo debido.  Es necesario que los argentinos constituyan instituciones que no solo persistan, sino que se respeten a sí mismas cumpliendo el objetivo para el que fueran creadas.       

Imagen: IA Meta.