
Por Claudio Reynaldo Gómez –
La rebelión de las putas de San Julián es un acontecimiento real. Ocurrió -sobre el final de los asesinatos, también verídicos, que se refieren en la Patagonia rebelde-.
En Santa Cruz lo relatan con simpatía y sucedió más o menos así: Un 17 de febrero de 1922, las prostitutas del burdel local “La Catalana” decidieron no atender a los soldados del X Regimiento de Caballería, al mando del teniente coronel Héctor Benigno Varela, en rechazo a la matanza de obreros agrarios. “No nos acostamos con asesinos”, dijeron. Las mujeres fueron detenidas, pero el comisario de San Julián decidió no ejecutarlas para no engrandecer su acto de resistencia y optó por dejarlas ir.
Conocí el evento por la obra de Osvaldo Bayer, a quien le debo, como lector, mucho más que eso. Imaginó a una de esas putas, apoyado el hombro sobre el marco de la puerta, viendo como una grúa quita el monumento del escritor que las rescató del olvido o que rescató del olvido su valiente revancha.
Imagino que esa chica ríe y que arroja la colilla de su cigarrillo al piso y lo aplasta con el taco de su zapato. Imagino que contempla la escena y que en su mirada hay ira.
Imagino que luego recuerda aquella frase de Bayer: “Quemar libros es como abusar de los niños: es una cobardía, porque no se pueden defender”. La puta piensa que la destrucción habla mejor del destructor que de lo destruido. Íntimamente sabe que ella también está siendo vengada y, de algún modo, resucitada.
Fotografía: En Provincia.