
Por Claudia Silvia Barraza* –
Volví después de muchos años y nada había cambiado. Te cuento esto a vos porque sé que sabés de qué estoy hablando. Las casas con poca pintura y las puertas descascaradas seguían siendo parte del paisaje en nuestro pueblo. Tal vez recordás la vieja estación con la frondosa arboleda, esa misma que nos protegía del terrible sol de enero cuando después del almuerzo nos íbamos, lona y botella de agua en mano, a refrescarnos y a contarnos las historias que nos acontecían en la semana. Vos ibas al Normal, allá en la ciudad, Yo seguí en el secundario de las monjas, cerca de casa y enfrente a la plaza principal. La única plaza en realidad en este pueblo que tenía diez manzanas y aún las tiene. Casas bajas, todas con patio y algo de verde. Algunas con su quinta prolija y productiva, otras con canteros con flores que eran la envidia de las vecinas. ¿Te acordás de la tía de la pelirroja? No nos dejaba pisar su vereda porque decía que le rayábamos con nuestros primeros tacones los baldosones encerados. La visión que tuve apenas bajé del auto no fue la más agradable. Una ola de tristeza me invadió hasta empujar las lágrimas, a las que no les tenía permitido asomar pero que de todas maneras se sublevaron y avanzaron por mi rostro. Tantos años tardé en volver…¿Vos sentís como yo que algo se nos perdió entre esas calles? Y no me digas que fueron los años, la vida, el destino. Yo me refiero a algo más profundo, a esa necesidad de pertenecer a un lugar aunque el pueblo nos haya eyectado de ahí apenas terminamos el secundario. Hay muchos recuerdos que toman fuerza con el correr de los años en lugar de desvanecerse o arrumbarse en un rincón de la memoria. Creo que no quiero olvidar y deseo compartir con vos esa sensación intransferible que sólo podremos percibir los que respiramos ese aire, corrimos esas lomas y bebimos de la vieja canilla en el final de la calle, justo antes de la casilla del guarda del tren. Las siestas interminables, las lecturas a la luz de la vela. Las sombras chinescas y el miedo al linyera. Recuerdos imborrables que comparto hoy con vos que sos mi cómplice de tantas horas pueblerinas. El amor por nuestras primeras vivencias y el olor de las glicinas colgando en las pérgolas frente al municipio. Todo mezclado pero también amalgamado entre tanta remembranza. Nuestros comienzos y nuestro fin de días infantiles y adolescentes. La unión de las familias y los misterios nunca revelados. Un poco de aquí y otro poco de allá. Como nosotras hoy, unas emigradas con las raíces en este pueblo, entre las acequias y las moras. Así me siento y te lo quería contar. No me esperes mañana en el centro. Creo que me quedaré unos días por acá. Quiero buscarme en las calles y, tal vez escucharme cantar en la plaza mientras competíamos para ver qué hamaca llegaba primero al cielo.
*Autora distinguida por una mención en el concurso “Letras de la nueva edad 2024”, organizado por el Instituto de la Nueva Edad – SADE La Plata – FPHV – UNLP.
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