
Por María Antonia Conti –
Luis Peralta se ha convertido en un hombre apático. La mayor parte del tiempo lo pasa encerrado en su casa. En invierno las bajas temperaturas son la excusa para no salir. El resto del año esgrime otras.
Desde la muerte de su esposa, hace más de cinco años, ha abandonado su pasión por el violín. Ese instrumento que sus padres, ambos violinistas, lo impulsaron a tocar desde pequeño.
Para Luis ejecutarlo le había dado la posibilidad de transmitir sus sentimientos. Su personalidad introvertida unida a su sensibilidad lo habían llevado a componer esa música llena de nostalgia. Sus melodías tenían un sonido propio porque expresaban todo lo que llevaba dentro.
Desde la muerte de su compañera se desmoronó y abandonó los violines que había ido comprando a lo largo de su vida.
Hoy Luis cumple sesenta años. Se acomoda en su sillón y mira ese frasco que está en la biblioteca. No puede despegar los ojos de ese vacío deshabitado. Como en un estado de trance hipnótico ese objeto se ha transformado en su centro de atención.
En aquel desorden de percepciones inconexas piensa en su vida. Su concentración cada vez más intensa lo lleva a recordar su despoblada existencia. La de un hombre sólo, en ese desierto lleno de ausencia de familia y de otros amores.
Sin apartar su vista de ese frasco comienzan a brotar sus recuerdos. Es como si sus neuronas se hubiesen motorizado haciendo aparecer algo de lo guardado. Piensa en aquel día que cumplió trece años cuando sus padres le regalaron su primer violín.
Sus visiones lo llevan a pensar en sus conciertos por España. Se detiene pensando en Pedro, su amigo español, con quien hace algunos años que no se ven. Él es coleccionista de espadas de esgrima. Y en sus visitas ha podido conocerlas y sabe mucho de ellas.
El cansancio fija la fugacidad de esta parte de su historia y lentamente se duerme. Luego de algunas horas se despierta lentamente. Se lo nota abatido y como si no hubiera descansado. Su mente ha merodeado en sueños esas espadas de Pedro. Las espadas de esgrima que al chocar entre sí, han logrado ejecutar las sonatas para piano de Mozart, una de las más difíciles de interpretar. Esa melodía le ha provocado una rara excitación tiñendo sus sueños.
La fascinación de esa música ha persistido en sus oídos por mucho tiempo. Ha quedado aturdido. Las visiones que tuvo le han resultado maravillosas, más que cualquier sonido de violines salvajes en la noche. Ha descubierto que existe una similitud casi perfecta entre violines y espadas.
Al despertar su mirada se ha detenido en el frasco que sigue impasible, a la espera de ser cargado. Entonces mira de nuevo y algo de lo que ve le permite descubrir que también hay semejanzas entre el frasco vacío y su propia vida.
Sus recuerdos le han permitido ver que aún tiene mucho por hacer. Sabe que aunque algo falte en su vida podrá llenarla. Él tendrá que decidir con que ocuparla.
Realizado en el Taller de Cuentos de “Al Pie de la Letra de María Mercedes G”