
Por Elvira Yorio –
Había una vez…un joven italiano llamado Luigi Barolo, que decidió dejar su patria y probar suerte en un lejano país sobre el cual tenía auspiciosas referencias, Argentina, donde todo o casi todo estaba por hacerse. Llegó a Buenos Aires en 1890, luego de una larga travesía en barco. Instaló una hilandería en la cual se fabricaban tejidos de lana y algodón. Con certera visión adquirió en Chaco tierras para cultivo. Pronto comenzó a exportar sus productos y consolidó así una posición económica que lo motivó a concebir otros proyectos y nuevas inversiones. Tras varias décadas de incesante trabajo, se propuso la erección del edificio más alto de América, que emplazaría en la que era, por ese entonces, la primera avenida, la Avenida de Mayo. Encomendó su construcción a un compatriota, el pintor y arquitecto Mario Palanti, un genio, al que se debe la construcción de varios edificios únicos en su género.
Barolo, como casi todos los italianos, sentía especial devoción por el Dante y su obra cumbre, la Divina Comedia, seguramente un sentimiento que compartió con Palanti, de otro modo no puede siquiera imaginarse que lograra concretar en tan solo cuatro años, un edificio de tales características, cuya hechura demandó no solo conocimientos arquitectónicos, sino de historia, arte, literatura, masonería etc. Como muchas personalidades de esa época, ambos eran miembros de la Logia Masónica Fede Santa, circunstancia que determinó el emplazamiento y la simbología que puede apreciarse en la ornamentación del edificio. Él había decidido que fuera un monumento de homenaje a Dante y su obra, más aún, se afirma que el empresario deseaba convertirlo en un gigantesco mausoleo que guardaría las cenizas del inolvidable escritor florentino. Su estilo arquitectónico suscitó opiniones encontradas, ya que no podía encasillarse en ninguno conocido. En realidad es una combinación de distintas escuelas. Por un lado algo de neogótico y neorrománico, por otra parte rastros de art noveau, un eclectisismo historicista y también con rasgos de modernismo. Tampoco está ausente la influencia de la arquitectura Kalinga. El resultado es verdaderamente fascinante. Con este edificio se introdujo el art decó en la Argentina. Consta de planta baja, dos subsuelos y de veintidós pisos en los cuales se distribuyen quinientas doce oficinas. Remata en una cúpula. Tiene cien metros de altura, porque cien son los cantos de la Divina Comedia
El interior del edificio refleja la historia que narra el venerado libro. Según el Dante, las tres exteriorizaciones del ser humano: vicio, virtud y perfección. En la planta baja está representado el noveno infierno, cuyos círculos son rosetones de bronce, vidrio y mármol rojo que, iluminados desde abajo, traslucen el estremecedor hielo que describiera el escritor. Útil para imaginar a los traidores condenados, inmersos en ese congelamiento eterno. Hay nueve bóvedas de acceso… ¿la iniciación de las etapas para llegar a “maestro” de la masonería? Sabido es que esa planta en realidad es un pasaje que va desde Avenida de Mayo a la calle paralela, Hipólito Irigoyen. En la parte central estaba previsto que luciera una enorme escultura (Ascensión) que representaba al cuerpo del Dante, llevado entre las alas de una gigantesca águila. Esa obra diseñada por Palanti, hecha en Italia, trasladada en barco, y en cuyo interior podrían haberse depositado las cenizas del Dante, fue sustraída a poco de llegar a nuestro país y tuvo un destino incierto, su paradero se ignoró durante muchos años. Y, aunque en un momento pudo ser localizada, jamás se recuperó. La escultora Amelia Jorio, copropietaria e hija de uno de los primeros profesionales que estuvieron en el Barolo, hizo una réplica de la escultura a una escala menor pero de gran valor artístico, que está en esa entrada desde el año 2010. Cabe destacar que donó tanto los materiales como su trabajo. Sus descendientes, Roberto Campbell, Miqueas y Thomas Thärigen continúan trabajando para mantener el espíritu del Barolo en el excepcional sitial que merece una obra de tal concepción estética, histórica y literaria.
Ya en el primer piso se ingresa al Purgatorio, el castigo no es eterno, pues cabe la posibilidad de avanzar lentamente hacia el paraíso. Dante enseñaba que las almas debían transitar diversos niveles para purgar los pecados capitales y lograr la redención, y en el Barolo esas etapas se muestran en pisos consecutivos hasta el catorce (un pecado capital cada dos pisos).
Para arribar al Paraíso, está la posibilidad de ir superando una y otra esfera, siempre en sentido ascendente, destacándose las virtudes teológicas. Deberán recorrerse entonces otros ocho pisos hasta llegar al veintidós, que es propiamente el cielo. Cada piso representa un cuerpo celeste del sistema solar: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y las estrellas.
La cúpula pareciera significar la unión divina del Dante y Beatriz, ya que el edificio indio en el cual se inspiró Palanti ( Templo de Rajarani Bhubaneshvar o Bhubaneswar) es conocido como el “Templo del amor”. Además se cree que el arquitecto quiso construir un templo que coincidiera con la Cruz del Sur, de forma tal que el hemisferio Sur constituyera el pórtico desde el Purgatorio hacia el Paraíso, siempre interpretando los textos del Dante (canto XXVI). Siguiendo sus razonamientos, el faro es Dios. Está calculado todo ese ambiente con tal precisión, que en junio puede apreciarse a la constelación Cruz del Sur alinearse con el eje del Barolo, de allí que muchos sostengan que, a través del faro, se ingresaría en el Paraíso. Entre las muchas historias misteriosas que se cuentan, está la que dice que a mediados del siglo pasado, un portero del edificio, llamado Remiggio Lattuda, subió al faro en el momento preciso en que se produjo la alineación y nunca más se lo vio, encontrándose solo sus ropas tiradas en el piso de ese reducto.
El faro del Palacio tiene 300.000 bujías, muchos historiadores que han investigado este icónico edificio sostienen que ese faro se emplazó en su cúspide para indicar otra dimensión más allá de la terrenal. El mismo arquitecto también construyó un edificio de similares características en Montevideo, de manera tal que ambos faros encendidos fueron, durante un tiempo, un puente de luz a la entrada del estuario del Río de La Plata.
No solo los italianos son devotos del Dante y su obra cumbre. La Divina Comedia fue lectura predilecta de Borges, que memorizaba extensas partes del poema. Según él en toda la obra “no hay palabra injustificada”. Escribió nueve ensayos dantescos, pero además era asiduo concurrente del Palacio Barolo. En la década del sesenta allí se reunía periódicamente con un selecto grupo de escritores ( Mastronardi, Silvetti Paz, Canzani…) en una oficina, para leer, analizar e interpretar la obra del Dante. Desde luego, se ocupaban también en descifrar los simbolismos de las ornamentaciones del edificio y leer una y otra vez las inscripciones en latín. Estas frases grabadas a lo largo de las nueve bóvedas, están tomadas de la Biblia, otras de Virgilio,y corresponden a nueve obras literarias. Algunos estudiosos de la masonería sostienen que era bastante común que los integrantes de las logias dejaran mensajes ocultos en frases o numerología, sobre todo en este tipo de construcciones, a la vista de quien supiera interpretarlas y hallar su verdadero sentido.
El nuevo cumpleaños del Barolo, encuentra a este emblemático edificio luciendo en plenitud. Se ha dicho con razón, que es un monumento con alma, sensación que se apodera de quienes visitan ese mágico lugar, en cuyo interior parecen susurrar los espíritus de Virgilio, Beatrice, y otros entrañables personajes, que conversan con Borges.
Fotografías: Archivo web.