La Universidad es un Universo

Por R. Claudio Gómez (*) –

La Universidad es un universo y por lo tanto es infinita o, al menos, innúmera. Esa es una definición oportuna, que va más lejos de la etimología o el juego de palabras. Es una descripción de cómo debe ser vista la universidad en términos de complejidad social, sobre todo a la hora de tomar decisiones respecto a su funcionamiento, organización y gestión.

La clave de la universidad es entender, no solo enseñar. Enseñar implica mostrar algo, poner ese algo en evidencia, pero -y voy a citar a Ernesto Sábato, quien en 1937 obtuvo el Doctorado en Ciencias Físicas y Matemáticas en la UNLP- “entender es relacionar, encontrar la unidad bajo la diversidad. Un acto de inteligencia es darse cuenta de que la caída de una manzana y el movimiento de la Luna, que no cae, están regidos por la misma ley”.

Es precisamente esa ley, metafórica, abstracta, pero elemental, la que indica las formas y procedimientos convenientes o indispensables para lograr visualizar correctamente un espacio cambiante, en permanente mutación, pero imprescindible para el desarrollo social.

La manzana y la luna con que Sábato ejemplifica su idea- son materiales de estudio dentro de la universidad. Fuera de ella son solo objetos. Para entender la plena dimensión de esos objetos resulta inexorable someterlos a los estudios que definen todo su universo de sentidos. Sentidos que abarcan desde la Lengua a la Matemática y -demás está decirlo- la totalidad de las disciplinas que conforman los lineamientos curriculares de las universidades públicas y privadas. ¿Es acaso inaudito tratar de entender por qué Steve Jobs, en enero de 2007, como el CEO de Apple, presentó contenido destacado de los Beatles en su presentación de keynote y en la demostración del iPhone? ¿O intentar analizar las razones de que la Luna se hay sostenido como tema de interés para los filósofos griegos, para los poetas de todas las latitudes, para la astronáutica y sea tapa de uno de los más logrados discos de Pink Floyd?

Ese principio de incertidumbre encuentra respuesta en el universo, en su espacio y en su tiempo. Forman parte de ese diverso universal en el que están representados todas las mujeres y todos los hombres, todos los objetos y también las relaciones que articulan sus vínculos. Esas relaciones no actúan como situaciones fijas ni pasivas, sino como circunstancias en movimiento continuo; están en acción permanente; son situaciones particulares que deben ser atendidas como tales en un espacio inasible y a la vez cierto y vivo. El universo es eso: orden y caos, uno no existe sin su antagonista vital.

Y es en ese sentido, en el que la universidad debe ser pensada. En su aspecto diverso y complejo. Lo supe cuando compartí las aulas con estudiantes que tenían diferentes pasados, huellas y expectativas; lo sé desde que me toca la responsabilidad de ser docente.

La universidad es un universo provisto de un pasado, tanto lejano como inmediato, marcado por logros académicos y un insustituible compromiso social. Lo es aunque no esté exento de crisis y problemas coyunturales, como también lo está el universo.

Pensar a la universidad como una suerte de aritmética general, en la que los estudiantes, no docentes y docentes ofician de variable para el desafortunado cálculo, no solo ofende la orgullosa historia universitaria argentina, sino y lo que es peor, confunde y resquebraja los esquemas reflexivos indispensables para la proyección de la universidad en los ámbitos donde más se la necesita.

Y es realmente allí donde la universidad es indispensable. No solo en la formación de capital humano, sino, además, en los universos donde la expresión de ese capital humano contagia, estimula y ejecuta acciones inherentes a su condición ineludible de eje de la transformación social.

Limitar a la universidad a una mera relación entre el claustro de ingresantes con el de graduados, así como evaluar su calidad a través del gasto que produce es caprichoso, arbitrario e injusto.

Por supuesto que la universidad tiene mucho por hacer; el tiempo tiene mucho por hacer. Pero reducirla a una maquinaria de resultados individuales es condenarla a la oscuridad. En silencio, la universidad deja su huella en campos olvidados, solitarios y extraños. A eso que hoy denominamos modernidad antes lo llamábamos llanura infinita o desierto. ¿O hay alguien que cree en verdad que la tecnología es un producto de un loco solitario en un garaje de una calle cualquiera?

La universidad siembra y cosecha; diagnostica y cura; prevé comedias y anuncia tragedias; actúa sobre la humanidad con una dinámica singular que, en paradoja, asombra por su eficacia cuando más debería sorprender por su estrategia académica. Sorprende por sus reconocidos logros -aunque la voracidad política intente esconderlos bajo la alfombra-  que no son otra cosa que la suma de los esfuerzos cotidianos de estudiantes, docentes y no docentes. La universidad es una forma de universo. Pensar en que sea otra cosa es tan absurdo como limitar el universo al estudio de una geometría precaria.  

Entender la universidad es también entender el universo. Ese universo incomprensible, cuyo núcleo se aloja no más allá de cada uno de nosotros.  Ese debe ser el presupuesto del que se debe partir para entender a la universidad en general y a la UNLP en particular.

(*) Profesor universitario; ex vicedecano de la FPyCS y personalidad destacada de la Cultura.

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