
Por Guillermo Cavia –
El hombre camina por la calle Belgrano, paralela a la Avenida Rivadavia, viene de comprar unas entradas para ir más tarde al cine. Sus pasos atraviesan las distintas veredas. Es domingo, hay una resolana suave que despide los últimos días del invierno, abriendo la luz más extensa de los días de septiembre.
El hombre va traspasando la escena sumido en sus pensamientos, fluyen recuerdos, momentos, acontecimientos que los llevan y traen como la marea constante del mar. Mira como todo cambia en su andar, los árboles, canteros, puertas, frentes de casas, portones, paredones, edificios. Todo es familiar y a la vez ajeno a su vida. La piensa a ella. Se deja acunar por la brisa que le imprime de a ratos una oleada cálida. Avanza en el propio camino que ocupa su espacio de ese instante de la existencia.
Buenos Aires parece cansino, humedecido, no sufre alteraciones, el mismo olor, la igual gama de colores en los rayos del sol. Todo simula ser lo mismo, pero de pronto en una vereda hay una tarjeta postal tirada. El hombre la pisa sin querer, igualmente la observa, sin detenerse, pero la deja allí tirada. Continúa su marcha, aunque se da cuenta que esa tarjeta le ha llamado la atención. Así que metros más adelante se detiene, regresa sobre sus pasos y levanta la postal.
Lee la tarjeta que dice: “Chiche, para usted, Tito y los muchachos, les envío mis deseos de salud y felicidad. Aldo”. La misma está fechada el 20 de octubre de 1970 en Génova. Se trata de una tarjeta que tiene 55 años y está intacta.
Tiene en su fotografía el Monumento Ai Caduti de Génova, conocido como Arco Della Vittoria, es una obra monumental cargada de simbolismo y memoria cívica que fue concebido para honrar a los genoveses caídos en la Primera Guerra Mundial.
La obra fue inaugurada el 31 de mayo de 1931. Se puede ver en la postal el arco que se alza en el centro de la Piazza al final de una rampa semicircular. A los lados se encuentran puertas que conducen a una cripta, donde hay esculturas de Giovani Prini que representan a las Victorias, San Jorge y el escudo de Génova.
El altar central está hecho de mármol rojo de Levanto, con un crucifijo de bronce sobre cruz de palisandro, obra de Edoardo De Albertis. En el exterior, hay inscripciones que recuerdan a los 680.000 italianos caídos en la Gran Guerra.
¿Quién dejó que la calle Belgrano tuviera en una vereda tirada la postal? ¿Por qué está intacta, como si hubiera sido recibida hace instantes? ¿Por qué alguien la acaba de recoger? Todas preguntas que pareciera no tienen una explicación, pero no es así. Alguien debe conocer con exacta precisión las razones.
El hombre acaba de cambiar su domingo, está ahora frente a un hecho de intersección entre el tiempo y el asombro. Que una postal enviada hace 55 años aparezca intacta en su camino, como recién enviada, no es solo una rareza logística: es una irrupción poética, porque no es que la postal llega tarde: sino que llega cuando puede. Su aparición rompe la linealidad del tiempo y lo convierte en un pliegue. Como si el pasado hubiera estado esperando el momento justo para tocar un hombro. Se trata de un mensaje que estaba suspendido en el aire.
Toda postal es una promesa de contacto. Que aparezca después de medio siglo sugiere que hay gestos que no caducan. Que el deseo de decir “estoy pensando en vos” puede sobrevivir al olvido, al polvo, al extravío. No se trata de un hallazgo, sino que es una elección, haber sido elegido. No es que el hombre encontró la postal: la postal encontró al hombre.
Aconteció allí en medio de sus pensamientos, en una calle cualquiera, en el sitio exacto en donde se abrió una grieta en la rutina. Sobrevino como un llamado, un guiño. No fue al azar, estuvo todo allí siempre. Además, que esté “como recién enviada” habla de una materia que resistió. El papel, la tinta, el sello: todo se conservó como si supiera que algún día alguien lo iba a leer. Es una forma de fidelidad silenciosa. Es una postal detenida en el tiempo.
Fotografía: https://pixabay.com