Elvira Yorio: ¿Por qué escribimos?

Por Elvira Yorio –

Desde que puedo recordar, escribo. No con la misma avidez que siempre motivó la lectura, pero si con un impulso tan especial que podría asimilarse con el instinto  de supervivencia. Repaso los argumentos esgrimidos por los grandes maestros de la literatura y aunque la necesidad de expresarse que tiene el ser humano, sea el común denominador de todos ellos, las motivaciones en uno y otro son diversas. Rilke, celebra la vida; Whitman se identifica como portavoz de los demás hombres; Ibssen u O´Neill se rebelan contra la hipocresía del medio en el cual actúan y formulan denuncia social;  Gurjieff y Ouspensky enseñan al hombre el camino de la evolución; Orwell y Huxley, preocupados por el destino de la humanidad, advierten sobre la necedad del ser humano que lo conduce a su propia destrucción; Mallea hablaba de que la experiencia del hombre es limitada en su realidad, pero ilimitada en su trascendencia como escritor pues su obra será intemporal dentro de un mundo aparentemente temporal…

Escribir es un ejercicio en soledad, un soliloquio o un diálogo con ignorado interlocutor, contemporáneo o futuro. No es un entretenimiento, por el contrario, muchas veces constituye el doloroso recorrido hacia o desde nuestro universo interior. Nos permite: confesar lo inconfesable. Soñar despiertos. Hacer realidad lo imposible. Modificar el pasado o alcanzar porvenires lejanos e improbables. Recuperar ilusiones y construir en el papel todo lo deseado.  Mezclar la verdad y la mentira sin conflicto; Jugar con el olvido; Considerar justa la venganza, la pasión eterna, el amor invencible, sin límites ni condiciones…

Cuando era pequeña me sentía incomprendida y sola. Escribir era un consuelo, una compañía, después rompía todo lo escrito para que nadie supiera mis secretos. Luego crecí y seguí escribiendo. En alguna sala de espera, o en un tren o en la fila del banco, de pronto se me ocurrían cosas que necesitaba imperiosamente escribir, ya fuera el discurrir de mis propios pensamientos u observaciones del circunstancial entorno. Echaba mano a cualquier papel, el revés de un volante de propaganda, alguna factura, a veces…el brazo izquierdo a falta de algo mejor. Y escribía, sin saber muy bien el por qué o el para qué. Todavía no lo sé muy bien.

Y esto me lleva a decir algo sobre el oficio de escribir. Puede ejercerse bien o mal, como cualquier oficio. Es uno de aquellos susceptibles de transformar el mundo, porque contiene una fuerza secreta que renueva la humana condición a través del poder creador de la palabra. A veces se exterioriza de una forma sencilla y concreta,  o con planteos anfibológicos de finales abiertos. Trasmite un mensaje o carece de él. En ocasiones el propósito del escritor es mayor y aspira a convertirse en algo así como la conciencia de sus lectores. Al lado de obras con gran precisión expresiva habrá aquéllas que exhiben indeterminación y misterio. Descripciones de seres heroicos o desarraigados de los sentimientos más elementales. Con abundancia de diálogos, preeminencia de monólogos, relatos corales o con ayuda del narrador omnisciente. La palabra se convierte en un instrumento para comunicar ya sea sentimientos, pensamientos o acciones. O simplemente para describir un hombre pacífico, una mujer abnegada, una joven apasionada, un ser perverso, un niño aterrado. O cualquier otro ejemplar humano o inhumano. Es apto para compartir experiencias propias y profundamente personales;  crear situaciones e historias que jamás existieron, con acopio de citas y antecedentes o prescindiendo de toda referencia externa; empleando reiteraciones que confieren énfasis al relato o por el contrario, con cuidado de no incurrir en repeticiones. Si, porque escribir es habitar un universo donde nada es imposible todo es válido. Lo fue para Jules Verne, Aldous Huxley, René Barajavel, Ray Bradbury y tantos otros que imaginaron mundos fantásticos, absurdos, increíbles…sin suponer que un día se convertirían en realidades. Y eso se construye de un modo que es propio de cada escritor, con su “estilo”, esa forma de decir que lo distingue.

Finalizo con las palabras de Becket: “…no querer decir, no saber  lo que se quiere decir, no poder decir lo que se cree decir y decirlo siempre o casi, esto es lo que importa no perder de vista en el calor de la redacción.” No sé si esto contesta la pregunta inicial, pero si que por ahora, es mi única respuesta.