El hombre que se transformó en H 24

Por Guillermo Cavia –

Dos paredes sostienen una ermita de vidrio iluminada con candelabros, alberga dos vírgenes, la de Luján, patrona de los argentinos y la de Loreto, patrona de los aeronáuticos. Es lo primero que uno ve al llegar a la casa de Carlos Alberto Prado, más conocido como “Chiche”, cuyo sobrenombre fue impuesto por su papá, Marcelino Elpidio Prado.

Quien diga que a Chiche alguna vez lo vio vestido de jean y camisa estará contando una rareza, porque el hombre usa mamelucos, azules, verdes, de verano, de invierno. Hasta lució uno el mismo día que hizo la fiesta de su jubilación, en noviembre de 2009, después de haber trabajado durante más de tres décadas en la Aeronáutica de la Provincia de Buenos Aires.

La virgen de Luján que se ve al llegar a su casa

Antes de ingresar al comedor de su casa uno puede observar tres automóviles marca Chevrolet, uno de ellos ha servido para canibalizar los repuestos para que otro pudiera funcionar “si alguien me compra uno, debe llevarse los dos” dice Chiche, mientras camina por el pasillo abierto del Garage de su casa, va hacia lo que denomina “el laboratorio”, se trata de su sitio preferido, donde tiene todo tipo de cosas, desde alpargatas desilachadas de un viaje a Mendoza, hasta una garrafa de gas transformada en compresor. 

Se nota que Chiche tiene la genialidad de las personas que se dan maña en todos los ámbitos. Un inventor y a la vez un hacedor de cosas, acompañado por la música de la radio que emana desde un parlante armado por él, que está colgado en lo alto, “me gusta trabajar oyendo música, es el alimento del alma”, dice, mientras abre una casa rodante para mostrar un mueble muy particular, que tiene tallado una estrella y un triángulo, “eso que ves ahí, lo hice yo, es la unión de todas las cosas, Una demostración que estamos unidos por líneas y puntos”, expresa Chiche que para esta altura ya es un filósofo.

Chiche en su laboratorio

Norma Cristina Piñero lo acompaña desde hace mucho tiempo, es una mujer tranquila, con la sonrisa siempre dispuesta. Se casaron en el año 1975 y de ese amor surgieron cuatro hijas, Rocío Elizabeth, Norma Mariela y las gemelas Erla Luciana y Ana Belén. Norma lo mira mientras Chiche habla, ambos saben que de las cuatro hijas, Luciana los acompaña desde el cielo, porque hace siete años falleció.

La primera unión que Chiche tuvo con la DPAO y PA fue a través de su papá, que trabajaba en Servicios Generales y solía llevarlo muchas veces con él. “Con solo trece años yo conocía la importancia de un balizamiento encendido para que un avión pudiera aterrizar en medio de la noche. Las bochas a querosene debían encenderse de a una y yo le ayudaba en esa tarea a mí papá. Lo hacía con felicidad porque había aprendido que era parte necesaria para que una aeronave pudiera descender”, explica Chiche.

En el comedor de la casa hay un mueble que tiene dos misiones, una es servir de apoyo al televisor y la otra es resguardar un archivo de carpetas y álbumes que contienen infinidad de fotografías. También se pueden ver dos pergaminos que están uno en frente del otro, el que pertenecía a su papá, como recuerdo de la jubilación y el de la pared de enfrente correspondiente a Chiche, firmado por quienes trabajaban con él, es un legado atesorado de su jubilación.

“Estaba con Norma cuando me salió el nombramiento en la Dirección de Aeronáutica. Comencé como ordenanza, debía asistir en distintas tareas al Casino y la Dirección, en esa época yo tenía dos trabajos, porque también trabajaba en el Correo Nacional. Después renuncié al correo y solo me quedé en Aeronáutica” cuenta Prado.

Norma lo escucha sentada en su silla a la cabecera de una mesa y cada tanto le ayuda a traer algunas evocaciones a la memoria: “En Aeronáutica yo viví una época de oro.  En una camioneta Ford 35, remolcaba planeadores que levantaban vuelo, daban una vuelta y aterrizaban. Esa era una tarea que como todas las demás, las hacía con gusto. Sentía que si acompañaba al helicóptero para asistirlo con combustible, yo me trasformaba en esencial para esa máquinas y esos pilotos. Así sentía las tareas. De hecho me sucedía que vivía más en Aeronáutica que en mi propia casa. En servicio las 24 horas y es por eso que me decían H 24. Me comunicaba por un Handy y después a través del nextel, esos aparatos en distintos momentos de la vida, estaban adosados a mí” cuenta Chiche. 

“Todas las operaciones se hacían en la plataforma que estaba ubicada en el ingreso por Avenida 13. Lo que ahora es la Base de Operaciones de la DPAO y PA, no existía, todo eso era parte del  campo en el predio del Aeródromo. Solamente Servicios Generales guardaba las maquinarias en distintas dependencias que pertenecían a la casona histórica de lo que antes era una estancia. La Dirección de Operaciones Aéreas funcionaba en donde está la torre de control y en ese lugar también estaba la Fuerza Aérea”. Chiche mientras habla tiene el mate en su mano derecha, apoyada sobre la mesa. Cada tanto, Norma atina a quitarle el mate, para seguir cebando, pero él mueve la mano para que no pueda hacerlo. Ni lo toma, ni lo larga. “He visto y conocido muchas máquinas que estaban en la dirección, Navío, Aero Commander, Beechcraft, Cessna, Hiller, BO105, BK117, tantas aeronaves, hermosas, cuidadas. Mi primer vuelo fue en un Bonanza, pero he volado muchas veces”, va contando mientras atraviesa recuerdos en su memoria.

Cada cosa que tiene en el taller, cuenta su propia historia

En Aeronáutica de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Alberto Prado, fue ordenanza, tractorista, mecánico automotor, correo, chofer, soldador, pañolero, electricista, distintas tareas que realizó a lo largo de varios años: “Mi misión, desde el puesto que fuera, era mantener la base operativa, por eso me decían H24”.

Norma lo mira con atención, así lo ha hecho en toda la charla y ella recuerda que: “muchas veces Chiche llegaba y no contaba nada del trabajo, cenaba y en la noche, a la mitad del sueño, comenzaba a dar patadas, a moverse de un lado y a otro, no paraba. Entonces, sabía yo que el día había sido muy difícil, porque la situación seguía, incluso mientras dormía”.

Chiche tiene muchas anécdotas, recuerda varias, desde un vuelo de LAPA que no pudo aterrizar debido a un cortocircuito en el balizamiento, hasta el despiste de una Avión DC3. También recuerda a Fausto López, quien le enseñó acerca del trabajo con la electricidad “era un tipo que hablaba con los aviones, era mecánico aeronáutico, pero sabía muchísimo de electricidad. Él me dijo que -La corriente te ve a vos pero vos no la ves a ella-, esa frase nunca me la olvidé”, memora.

Chiche Prado, el hombre que era H24, que aún usa mamelucos, que los demás respetaban y sostenían que “con Chiche no se jodía”. El hombre que siente a Dios, que revela las cosas buenas de la vida, que recuerda a su madre María Aidé Gorvalan, que sabe fue salvado una vez en la pista de aterrizaje, cuando quedó pegado a la corriente y se desmayó, pero al despertarse panza arriba, se dio cuenta que el positivo había sido desconectado. Tiene la convicción que Dios le dio una oportunidad al salvarlo. Es el mismo hombre que soportó la pérdida de una hija, el mismo que disfrutaba haciendo su trabajo porque sabía que su actividad, cualquiera fuera, en los vuelos sanitarios, podía ayudar a dar esperanza de vida. El mismo que habla con aclamación, mientras su esposa lo mira con templada atención. Todo ocurre a solo seis cuadras del Aeródromo de La Plata, ese sitio que ha marcado sus vidas, que hizo a Chiche perenne al lugar.

Fotografías: En Provincia.