
Por R. Claudio Gómez
Opinan David Viñas y Ricardo Piglia, entre otros, que el cine vino a desplazar a la novela en su función de arte popular, atractivo para las masas de los primeros años del siglo XX, que soñaron en abstracto primero con la vida del torero sevillano Manuel García Cuesta y luego la vieron en imagen de la mano de Rodolfo Valentino, en Sangre y Arena.
El cine de entonces, el de los años 20 y 30 para ser más exactos, funcionó como el refugio de los solitarios: empleados y empleadas que luego de la rutina y antes de llegar a sus casas, se detenían a soñar aventuras mudas, impregnadas de sombras oscuras sobre la blanca tela del destino ficcional.
Muchos libros hablan de este fenómeno cultural, que modificó hábitos en la populosa Buenos Aires y también los lejanos pueblos que albergaban pequeñas e improvisadas salas de cinematógrafo. El abordaje de esa cuestión es, por lo general, sociológico o histórico, y acepta o revisa lo que otros ya han dicho. Hay menos documentos de época que miradas con nostalgias para ese tema.
En ese asunto, Nicolás Olivari es una grata excepción. Su libro El hombre de la baraja y la puñalada (1933), que reúne sus textos sobre las primeras estrellas de cine, constituye un museo de emociones personales. De esas emociones que sintieron las mujeres y los hombres por y a través de las cosas que le sucedían a otras mujeres y hombres en las estampas cinematográficas.
Nicolás Olivari
Olivari, poeta y escritor, asume en sus textos la condición de hombre que observa, pero también la del público que siente. Su objeto no es la crítica, sino la poesía. La poética que inspira al escritor a decir qué emociones íntimas le producen Lillian Gish, Marlene Dietrich o Greta Garbo, enfundadas en personajes exóticos o previsibles, pero solo alcanzables por el corazón delatado en la mirada del enamorado imposible.
Hay textos sobre el Gordo y el Flaco y sobre actores que interpretaron a borrachos, ricachones, perdedores o jeques. No importa su condición, Olivari los transforma en eventuales amigos, compinches circunstanciales y los reporta con la sorpresa y admiración propia de alguien orgulloso de haber compartido con otro la penuria o la gloria durante los minutos que transita la cinta.
No es un libro sencillo de conseguir, pero resulta inevitable para los amantes del cine. De un cine modélico y exagerado, de consumo popular, tan popular como una baraja o una puñalada, en las sucias manos de William Powell.
Ficha Técnica
Número de páginas: 202
Peso: 240
Formato: Rústica
Edición: 2000
Idioma: Castellano