Eduardo Gularte: “Patio de cañas”

Por Eduardo Gularte –

El patio de las cañas, era por alguna marcación catastral errónea, el lugar que concentraba el fondo de casi todos los patios de aquella manzana y estaba poblado de cañaveral.

Un espacio que no pertenecía a nadie o al menos ninguno reclamaba. Rodeado de paredones más altos o más bajos, solo se podía ingresar por una especie de pasillo de paredes irregulares, siempre lleno de pastos y difícil de reconocer, debido al poste de teléfono que cubría parte de la entrada, por él, corría una zanja de tierra que era el desagüe de algunos patios de baldosas, casi los menos habituales.

La zanja, siempre era nuestra fuente de lombrices, ante una salida de pesca o también proveía el barro a nuestras construcciones improvisadas de chozas de cañas y pasto del pulmón de la manzana aquella.

Lo usábamos de lugar para el encuentro con amigos del barrio, dónde hacíamos un claro recortando las cañas que luego de enramar servían como refugios de la lluvia o simplemente ese lugar donde crecía la amistad, mientras nosotros también lo hacíamos.

Algunas veces, alguien llevaba una pava vieja y quedaba ahí, otras algún cajón de frutas para usar de mesa y así se armaba un mobiliario. También le dimos cobijo a un cachorro abandonado, que al tiempo se convirtió en el guardián del lugar.

Antes del verano se cortaba el exceso de cañas y salíamos a venderlas a los tanos detrás del terraplén de la vía, que era donde todavía se acostumbraba hacer quinta de verduras. Con el dinero recaudado comprábamos algún barrilete para copiarlo y el hilo para todos, o en alguna tarde de verano unas gaseosas que no todos tomábamos a menudo.

Los pesares de todos se contaban ahí, tal vez algún papá que bebía demasiado o las mamás que un día se marcharon, esas tristezas, se apagaban con las horas que pasábamos juntos, en un tiempo sin tu tiempo, donde nadie nos mostraba el futuro, y todo era alegría y despreocupación.

De adultos, todos, deberíamos volver a algún patio a cansarnos, descansando de verdad.