Comprando las ofertas que me enseñan la vil estafa diaria

El Observador errante –

Durante varias décadas estuve atento a la Gran Gesta Nacional, por la liberación, la independencia, la lucha contra el “enemigo malo”.

Pasados tantos años sin un solo resultado en ese sentido -que con el avance del resto, es estar relativamente peor cada día-, he decidido darme un microscópico gesto de autodignificación aunque sea a título oneroso, es decir, pagar en valores visibles y sensibles este arrebato de gran locura.

Tengo la certeza que el peso relativo de mi decisión, no habrá de ser percibido por ningún instrumento de ultra precisión y muchísimo menos por quienes serían “beneficiarios” del mismo, si se generalizara.

Abro los diarios, las revistas, miro la TV, las redes sociales y todo cuanto llega a mis manos o mi vista. Veo cientos de páginas que me inducen a pensar y -descubrí con gran alegría que mi pensamiento era correcto-… Me están tratando de idiota, ya que, por ejemplo para hacer una compra en un supermercado o hipermercado, debería primero ser un experto y paciente matemático… Si es doctor en matemáticas mejor aún, porque entonces comprendería bien que “una unidad vale 100, la segunda unidad un 80% menos”, entonces calculo y con 120, compro dos unidades a razón de 60 cada unidad”… haría una buena compra pienso, pero yo necesito una unidad y tengo $80, entonces no puedo hacerme de ese producto. Seguidamente advierto que si soy un indigente, un pobre o ando eventualmente sin dinero, deberé resignar mi necesidad, paquete.

Luego veo en oferta Pechugas de Pollo a 120, dos a 170,… ésta vez llego con lo justo y lo compro.

Cuando regreso a casa, veo que uno de los paquetes es normal, el otro tiene fecha de vencimiento ese mismo día, es decir, si no lo cocino y como ya, estaré consumiendo algo potencialmente venenoso. Entonces he sido el buen samaritano que colaboró para que el hipermercado no tenga que tirar esos pollos, que durante su época de comestibilidad estaba a un precio inadmisible.

La otra oferta era por unas gaseosas (en este caso todas de la misma fábrica) y comprando cuatro me llevaría cinco unidades, cuando llego a caja me aclaran que deben ser todas del mismo sabor y fórmula (entera, ligth, cero, diet) para que tenga aplicabilidad.

Luego tengo descuentos de hasta el 20, 30, 40% en “productos seleccionados” pero como soy casi astuto me doy cuenta que es lo que antes llamaban “liquidación” o “por fin de temporada” (ejemplo los cafés y fideos cortos cuando llega el verano).

De todo lo ofrecido como ventajoso no encuentro una sola ventaja. Y además -apelando al consumismo inducido desfachatadamente- me venden hermosas porquerías que no necesito y tal vez… jamás usaré.

Revolcada mi dignidad en el chiquero de la publicidad y de los mafiosos, no pretendo resarcirme de nada, ni de recuperar la higiene de mi dignidad. Tan sólo voy a hacer un microscópico gesto que me satisfaga. Voy a a comprar lo que tenga que comprar en el negocio de mi barrio, no tienen falsas ofertas; si los elijo bien tienen precios verdaderos (su costo, más una utilidad que le permite sobrevivir de su actividad, como a mí, de la mía).

Ya hecha/s la/s compra/s, me tiro sobre la cama y pienso con satisfacción “no sé si pagué tan caro pero no permití que me trataran de idiota, ni los “formadores de precios”, ni sus socios los “defensores del consumidor”, ni del gobierno, que a sabiendas de estas estafas publicitadas profusamente, no toma acción contra ellas.

Un hipermercado usa días de sus páginas de los diarios de mayor circulación para robarnos sin que nos demos cuenta, si el gobierno exigiera transparencia, en esas mismas páginas se podrían publicar los precios unitarios de cada producto, su fecha de vencimiento si la hubiera, contenido de la unidad, packaging, y los descuentos por compras de varias unidades del mismo, también evitaría la emisión de vales “premio de consumo” que son descontados de los impuestos como gastos de la empresa, aunque el “beneficiario” rara vez los use.

Con mi microscópica autodignificación he logrado comprar lo que quiero, donde quiero, en la cantidad que quiero; he beneficiado al pequeño comerciante que ya ni siquiera puede entregar un almanaque de publicidad y he evitado -microscópicamente- que se destruya una industria pequeña o grande de la Argentina, porque los “formadores de precio” en estricta alianza con el gobierno” “compran” producciones enteras, pero las pagan según sus propias condiciones (meses para pagar) y, finalmente, cuando el productor está asfixiado económicamente, le compran a precio vil sus mercaderías o directamente sus empresas.

Ya hice varias compras así, y, si la pandemia, me mata parafrasearé al Sargento Cabral “muero contento, he microcombatido a un monstruoso enemigo”.

Yo hice mi gesto, les dejo a los políticos la GESTA.