Dr. Luis Sujatovich – Universidad Siglo 21 – UDE –
En 1896 Porfirio Díaz, presidente de México, fue filmado por los enviados de los hermanos Lumière, cabalgando por los bosques de Chapultepec. Se trató no sólo de una promoción de las cámaras recién creadas, sino también de una estrategia ilustrativa del afán modernizante que se anhelaba instaurar en el país. Para nuestra subjetividad resulta ridículo el intento, dado que no tiene ninguna acción digna de mérito ni tampoco algún efecto que lo vuelva recordable. Sin embargo, constituye una pieza fundamental para comprender el impulso liberal que adquirieron los Estados nación de Latinoamérica a fines del siglo XIX. Para Argentina, bien podríamos remitirnos a Roca.
¿A qué se debe atribuir la relación entre el cine y la modernización de una sociedad? Quizás podría mencionarse que se trataba del último medio de comunicación creado hasta el momento y que tenía, a diferencia de la prensa y del telégrafo, la potencia expresiva de la imagen en movimiento. Es probable que integrarse a la vanguardia tecnológica tuviese, en términos políticos y culturales, más importancia que el contenido de los mensajes que pudieran transmitirse. O, mejor dicho, el contenido era el uso del medio. Una dimensión analítica que luego haría celebre a McLuhan.
Se podría postular que la menesterosidad del material sólo podía tener hondas consecuencias en la sociedad, porque el contexto no era como el actual. La falta de desarrollo tecnológico, el analfabetismo y el escaso impacto de los medios de comunicación en la sociedad, permitieron que una indigente píldora visual pudiera adquirir una jerarquía histórica.
La soberbia digital que caracteriza nuestra subjetividad, ya que todo parece posible de mejorarse gracias a los algoritmos o de simularse mediante algún dispositivo, bien puede sentir candor por aquellas representaciones. Nos sentimos como profesionales viendo a un novato iniciar sus prácticas, ¿no es cierto? Aunque podríamos interrogarnos acerca del impacto que significaría que una autoridad decidiera expresarse públicamente utilizando el Metaverso. ¿No suscitaría la atención del conjunto de la sociedad? ¿Los medios no se manifestarían? ¿Las plataformas se mantendrían indiferentes? ¿No sospecharíamos que ese sujeto está más actualizado que quien convoca a una conferencia de prensa?
La ecuación, por lo tanto, parece repetirse. En ciertas circunstancias, fundamentalmente aquellas que inauguran relaciones de uso y consumo, la fascinación por el dispositivo supera cualquier interpretación objetiva del lenguaje. La repetición irá dejando sin fuerza al encantamiento y los sentidos (es decir, aquello que conforma el contenido y las consecuencias del mensaje) irán retomando su preeminencia. Nadie puede ver dos veces algo como si fuera la primera vez, por eso el medio es el mensaje en una ocasión. Luego, el mensaje se impone al medio. Hoy nadie mira la filmación de Porfirio Díaz con el afán de sus contemporáneos. Y en el futuro, habrá quienes miren nuestras primeras acciones en el Metaverso y se pregunten cómo podría causar tanto revuelo algo tan simple. Cada nueva tecnología debería ayudarnos a no perder la humildad. Siempre estaremos en desventaja con el futuro, motivo suficiente para mirar con menos petulancia al pasado.