Acerca de un debate que atrasa un siglo: los mensajes mediáticos y su influencia

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La demanda de prohibición de algunos dibujos animados conforma una iniciativa sorprendente. El manifiesto interés por ejercer la censura no es una novedad, ya que es parte del incompleto ejercicio de la libertad de expresión. Sin embargo, la aseveración acerca de la enorme influencia que puede tener un consumo mediático respecto al proceder de los adultos invita a suponer que la correspondencia entre el entretenimiento y la acción deliberada guardan una evidente relación. En tal sentido, si los gerentes de programación optaran por reformular sus contenidos y ofrecieran historias de caballería pronto  tendríamos el privilegio de contar, al menos, con un caballero de la triste figura por cada barrio. También me atrevo a proponer que convoquemos a historiadores para que nos revelen cuáles eran los relatos de ficción que consumieron San Martín y Belgrano, ya que si reformulamos esas historias y las convertimos en narrativas transmedia las próximas generaciones recuperarán el compromiso patriótico y tendremos en nuestras instituciones verdaderos ejemplos de civilidad, esfuerzo y comportamiento republicano. Así es sencillo recuperar la fe en la humanidad: tomemos los medios y convoquemos a los mejores de cada área a que nos ilustren. Los resultados no se harán esperar.

Hay otro aspecto que subyace a estas declaraciones que merece destacarse: ¿cuál es el rol que se le adjudica en esta formulación al receptor?  ¿A qué paradigma comunicacional responde esa caracterización? No hace falta ser un profesional de los medios para conocer las respuestas. Se supone que quien recibe un mensaje actúa en consecuencia y por lo tanto es indispensable que se seleccionen con mucho cuidado ya que quien los recibe, al carecer de criterio propio, los adoptará como un propósito y una vez que eso sucede no hay nada por hacer. El éxito o la fatalidad están en las elecciones que haga el emisor, es decir  en el hacedor de nuestra voluntad. A pesar del disminuido sitio que ocupamos en esta ecuación, la pasividad tiene una ventaja: ¡no somos responsables de nuestras decisiones, la culpa es de los medios!

No es extraño que este pedido haya  tenido en la red mucho impacto: cuenta con más potencia emocional que racional y eso le crea mejores posibilidades para sostenerse e incluso expandirse como asunto de interés. Sin embrago, no deja de resultar inesperado que una afirmación del siglo XXI haya sido pergeñada bajo la inspiración de una teoría social vetusta, que tuvo su refutación hace más de cincuenta años. ¿Cómo es posible que luego de tantas investigaciones que han puesto en evidencia que cada uno de nosotros actúa, piensa y se representa el mundo según una gran cantidad de experiencias culturales, relaciones familiares y todo tipo de vínculos sociales, se siga insistiendo en la uniformidad de la recepción? Es notable la persistencia en ubicar en la otredad la irracionalidad, la debilidad y la tendencia a caer en engaños. Ojalá los problemas sociales se solucionaran reformando  los medios de difusión, pero lamentablemente no es así. Habrá que seguir buscando soluciones en otros campos de conocimiento y si es posible, sin menospreciar a nadie.