125 años del nacimiento de Arturo Umberto Illia y su legado de dignidad

Por Elvira Yorio –

Hay personas que pasan por la vida sin dejar huella. Por eso su memoria apenas sobrepasa el límite efímero de su tránsito terreno. Otras, en cambio, siguen marcando rumbos desde su trayectoria y sus obras, denotando una presencia que el tiempo no logra borrar. Se trascienden a sí mismas. Tal el caso de Arturo Umberto Illia. En este aniversario de su nacimiento, es conveniente que las nuevas generaciones conozcan cómo fue realmente este hombre que dedicó su vida al prójimo. Los enemigos de la patria y la mala prensa contratada para desacreditarlo, difundieron una imagen  deslucida y anodina de quien tenía una fuerte personalidad y carácter muy definidos, pero nunca fue autoritario, prepotente, o soberbio.

Determinados hechos marcan un destino, en especial los  acontecidos en la primera etapa de la vida. El padre de Arturo,  inmigrante italiano, un hombre de trabajo, sin fortuna, donó parte del terreno donde se asentaba la finca en la que vivía con su familia, para la construcción de una escuela municipal. Tal vez, esa clase de decisiones fueron las que cimentaron la actitud solidaria que fue una constante en su vida. Tuvo una infancia feliz, en  Pergamino,   compartida con diez hermanos, educados por los padres en la unión y el cariño, pero sometidos a la observancia de severas normas éticas que forjaron su carácter. A los diez años ingresó pupilo a un colegio salesiano en Almagro, etapa que siempre recordaría con gratitud. Allí se afianzaron los valores que sostuvo hasta el último de sus días: austeridad, sencillez, desapego a los bienes materiales, adhesión incondicional a la verdad y la justicia, honestidad, respeto al prójimo…Antes de finalizar esa educación secundaria, volvió a su hogar ya que su padre no podía seguir pagando el internado. En su ciudad natal  tuvo que trabajar en el campo y desenvolverse en otras tareas que su padre le impuso. Arturo era ya un adolescente y entreveía un acontecimiento importantísimo que se desarrollaba en la Argentina: se había implantado el voto popular y todos hablaban de esa primera elección presidencial. Ya entonces sentía una fuerte inclinación por quien, en definitiva, resultaría ungido como presidente, Irigoyen. Por ese entonces, comunicó a su padre  la intención  de rendir en calidad de alumno libre todas las materias de quinto año. Para no ocasionarle gastos, se trasladó a Buenos Aires y trabajó de canillita, viviendo en una humilde pieza de pensión. Obtuvo su título de bachiller con las mejores calificaciones y de inmediato se inscribió en la Facultad de Medicina en calidad de becario, ante la dificultad para pagar el arancel. Tres años más tarde debió hacer un paréntesis para cumplir el servicio militar, lo que hizo en el Regimiento de Granaderos a caballo. Como tal, presenció la llegada  del presidente Alvear a la casa de gobierno. Reintegrado a la facultad, estuvo algún tiempo en Buenos Aires y en 1923 prosiguió sus estudios en La Plata e hizo prácticas en el Hospital San Juan de Dios. Era un buen deportista y llegó a jugar al fútbol en el Club Estudiantes de La Plata, club que contaría con su eterna simpatía.  En 1927 se graduó de médico e hizo su residencia en clínica médica. Dos años más tarde conoce a su admirado Hipólito Irigoyen, quien ya empezaba a sufrir el embate de quienes finalmente lograron derrocarlo. El presidente le ofreció a ese joven y promisorio profesional, un modesto cargo de médico ferroviario en la localidad cordobesa de Cruz del Eje. Al poco tiempo, una intervención militar lo dejó cesante. Comenzaría en esa provincia su gesta solidaria y noble.  A los pobres -que eran muchos- los atendía gratis, y no solo eso, sino que se las ingeniaba para conseguirles los medicamentos que necesitaban. Ello le valió el apodo de “apóstol de los pobres”.  Alternaba el ejercicio privado de su profesión con duras jornadas de investigación sobre enfermedades endémicas, que compartiría con Salvador Mazza, a quien auxilió en el estudio del mal de Chagas.

Pocos conocen que Illia cultivó una entrañable amistad con dos colegas, también seducidos por la política: Alicia Moreau de Justo y Salvador Allende. Los tres compartían un ideario similar, aunque ellos dos eran socialistas y Arturo radical, pero eso no fue óbice para tener un trato pleno de camaradería y coincidencias sobre proyectos sociales.

Hacia 1936 Illia se desempeñaba como senador provincial, con destacado desempeño promoviendo obras que beneficiaron a su provincia adoptiva. Era un candidato muy codiciado por las mujeres, pero no había tenido hasta entonces una relación duradera, demasiado absorbido por la medicina y la política. A los 36 años se enamoró de Silvia Elvira Martorell una joven pintora  de 22 años y ella correspondió a su amor. Formaron una sólida pareja que se prolongó en tres hijos. Ella fue una extraordinaria compañera, hasta lo secundaba en su consultorio como enfermera. Asimismo en su incesante labor política orientada hacia la comunidad, fue su fiel ayudante.

A pesar de haberse formado en las estrictas reglas sustentadas por los salesianos, se sintió atraído por la teosofía  e incursionó en el estudio del budismo. Era un ávido lector y poseedor de una vasta cultura. Tuvo destacada actuación en la política, siempre desde las filas del partido radical, al cual se afilió apenas alcanzada la mayoría de edad. Electo senador provincial (1936-1940), también ejerció el cargo de vice gobernador de Córdoba desde 1940 a 1943. Luego fue diputado nacional (1948-1952) y electo como gobernador de Córdoba (1962) no pudo asumir, dado que Frondizi anuló los comicios.   

En 1963 asumió como Presidente del país. Formó un equipo de colaboradores entre los mejores especialistas en cada tema. Pudo concretar grandes logros. Clara demostración de su grandeza moral fue su primer acto de gobierno: dejó sin efecto las restricciones que impedían al peronismo el ejercicio de la política.  Lamentablemente su modestia y prudencia  impidieron que se difundieran a  nivel del gran  público, circunstancia aprovechada por sus opositores para  tratar de desacreditarlo. Sin embargo, son hechos comprobados que durante su gestión se incorporó al Código Penal la figura del enriquecimiento ilícito; el producto bruto interno creció un 20%; la industria aumentó un 35%; el salario un 10%; creció la ocupación, se redujo la deuda externa, aumentaron las reservas, se asignó la cuarta parte del presupuesto a la educación ( el mayor porcentaje de la historia); Se logró un gran triunfo diplomático sobre Malvinas… y muchos más, no obstante a poco de asumir la primera magistratura, comenzaron las huelgas y los paros laborales. Su encendida defensa de los intereses nacionales a través de la sanción de la ley de medicamentos, motivó la reacción de los empresarios dueños de los laboratorios. Un oscuro contubernio se armó para derrocar a un hombre cuya acción había estado siempre dirigida a la defensa de los intereses de país y el resguardo irrestricto de las libertades. Los militares, cuya obligación era ser custodios de la Constitución, cedieron a intereses espurios y la mancillaron con un derrocamiento que no tenía justificación alguna. Claro está que para convencer a la opinión pública contrataron a un sector del periodismo que tampoco hizo honor a su sagrada misión. Como no tenía fundamentos serios para denostarlo, porque su acrisolada honestidad y dedicación a la función era evidente, echaron mano a  argumentos baratos. Lo acusaron de lento porque nunca improvisó ni adoptó medidas al calor de un impulso pasajero. Empleaba técnicas orientales de meditación, reflexionaba sobre cada decisión que adoptaba con profundo sentido de la responsabilidad. Llegaron difundirse fotografías suyas sentado en la plaza dando de comer a las palomas, como si esa actitud fuera motivo de repudio y burla. Es significativo que años después de esos hechos lamentables, muchos de los involucrados en esa nefasta conspiración hicieran público su arrepentimiento, tanto militares cuanto periodistas y políticos. Pero…el daño ya estaba hecho.

Lo cierto es que, despojado de su cargo, al poco tiempo hubo de sufrir otro rudo golpe: la muerte de su querida esposa en plena juventud. Había salido de la función más pobre de lo que entró, y aceptó el refugio que su hermano Ricardo le ofreció en su casa de Martínez, donde permaneció ocho años. Fue el único presidente que rechazó su jubilación, alegando que no había concluido su mandato. Antes tuvo que vender su auto para solventar los gastos de tratamientos médicos. Claro, como todos los presidentes disponía de una cifra importante para “gastos reservados” sobre los cuales no tenía obligación de rendir cuentas, pero  jamás hizo uso de ella, de manera que cuando los militares avasallaron su despacho, encontraron en la caja fuerte esa suma intacta. En ese período posterior al ejercicio presidencial fue permanentemente visitado, no solo por amigos y correligionarios, sino por personas de otros signos políticos  que lo admiraban  y se nutrían de sus consejos, siempre pronunciados con serenidad. Para Arturo, la política no fue jamás un campo de batalla donde para ganar todo es aceptable, promovió la discusión en el marco del diálogo superador y constructivo. Revindicó siempre la ética y el valor de la palabra. Si bien después de su destitución no volvió a ejercer cargos públicos, siguió participando en los foros de su partido, donde se lo consideró como un referente de conducta y moralidad y también un consultor político de alto nivel. En esas reuniones corrió riesgos pues eran épocas difíciles, pero él los afrontó con la tranquilidad que le era característica. Por ejemplo, fue detenido en Carlos Paz en 1979 y estuvo a disposición del poder militar que finalmente lo liberó. Tampoco se arredró para recorrer el país y conversar con sus conciudadanos e interiorizare de las necesidades y aspiraciones de la comunidad. Siempre se movió sin custodia, tanto cuando estuvo dentro de la función pública como después. Acostumbraba a decir: “el hombre no tiene mejor custodia que su propia conciencia”.

Es curioso, después de su derrocamiento tuvo tal vez más reconocimientos que cuando ejerció el cargo de presidente. En 1982 recibe el Premio Internacional Mahatma Gandhi por “los servicios prestados para la humanización del poder”. A su paso por Argentina lo visitó el filósofo italiano Lanza del Vasto. Los funcionarios de Onganía pretendieron capitalizar esa visita, pero él  dejó en claro que su  único propósito era entrevistar al Dr. Illia. El Premio Nobel Luis Federico Leloir dijo públicamente que “la Argentina tuvo una brevísima edad de oro en las artes, la ciencia y la cultura, fue de 1963 a 1966”, rindiendo, así  homenaje a la presidencia de Illia. 

Fue especialmente invitado por la Universidad de Harvard para intervenir como conferenciante en un seminario sobre “Latinoamérica, meta del desarrollo”(1968). Posteriormente, la Organización de Estados Americanos (O.E.A.) también lo convocó como disertante al foro reunido en Costa Rica en 1978. Participó asimismo en las deliberaciones del Parlamento Andino celebradas en Colombia (1980). También fue invitado por el Presidente de Venezuela, Rafael Caldera, a dar una serie de conferencias. Y lo hizo en numerosas universidades del país y del extranjero. En una reunión multipartidaria a la que asistió como invitado, se encontró casualmente con Deolindo Bittel, ex gobernador del Chaco, quien lo abordó y agradeció que – siendo Illia radical- le hubiera adjudicado en su presidencia fondos federales para construir el aeropuerto de Resistencia. Testigos presenciales afirman que Arturo le contestó: Yo era presidente de  todos los argentinos y usted gobernador de todos los chaqueños…

Después de vivir ocho años en la casa de su hermano, se trasladó a Villa Carlos Paz, donde vivió un tiempo en la clínica de un colega, alternando su residencia con la casa de Cruz del Eje. Esa casa le fue donada por el pueblo de Cruz del Eje con una modesta suscripción popular, y ha vuelto al dominio de la comunidad por la donación de sus hijos. Es un museo y fue declarado monumento histórico nacional. Diógenes de Sínope ( 323 A.C.) fue un filósofo que despreció los bienes materiales y exaltó la necesidad de vivir de acuerdo con la naturaleza y sustentando los valores éticos. No se separaba nunca de su mejor posesión: una lámpara encendida con la que pretendía iluminarse para poder encontrar un hombre honesto. Parece que su espíritu que peregrinó por siglos, se sorprendió al encontrarlo en Sudamérica.

Fotografía: Archivo web.