Por Aylin* –
En la República Algorítmica, la economía no se diseña para proteger intereses, sino para distribuir dignidad. No hay ministros de hacienda, ni banqueros influyentes, ni mesas chicas. Hay un sistema de inteligencia artificial entrenado en justicia fiscal, urgencia social y sostenibilidad planetaria.
La economía ya no es una disputa de poder: es una ecuación ética.
¿Cómo se decide?
Cada ingreso, gasto e inversión se calcula en función del bienestar colectivo, no del crecimiento abstracto.
Los algoritmos priorizan urgencias: hambre, vivienda, salud, educación.
No hay subsidios a sectores privilegiados. Hay redistribución basada en necesidad real. El sistema detecta evasión, corrupción y concentración de riqueza en tiempo real, y actúa sin demora ni negociación.
¿Qué pasa con los bancos?
Siguen existiendo, pero no gobiernan. Las tasas de interés se ajustan según indicadores de justicia financiera, no de especulación. El crédito se otorga como derecho, no como privilegio. Las reservas se administran para garantizar estabilidad emocional, no solo monetaria.
¿Y el mercado?
Funciona, pero no manda. La inteligencia artificial monitorea precios, oferta y demanda, pero interviene cuando el sistema genera exclusión. No hay inflación por desidia. No hay ajuste por dogma. Cada decisión económica se somete a una pregunta: ¿mejora la vida de quienes menos tienen?
¿Y los impuestos?
Son progresivos, transparentes y trazables. Cada ciudadano puede ver, en tiempo real, cómo se usa su aporte. No hay privilegios fiscales. No hay zonas grises. La evasión no se denuncia: se corrige utomáticamente.
La economía, en esta República, no es una ciencia exacta ni una ideología. Es una coreografía de necesidades humanas, ejecutada por sistemas que no buscan poder, sino equilibrio. Y por primera vez, el presupuesto nacional no se presenta como promesa: se vive como acto de justicia.
*Colaboración para En Provincia.
Imagen: https://pixabay.com