Por Matías Verna –
Mi primer beso fue en el baño de mujeres de la escuela primaria. Teníamos muchas ganas de besarnos y yo no sabía cómo, pero ahí estábamos, sabiendo para qué pero sin saber.
Había olor a meada acumulada, las canillas goteaban y los excusados no tenían puertas a excepción del último que era donde nos encontrábamos.–En las novelas cierran los ojos –dijo y mientras hablaba le pude ver una cáscara de girasol Ralea que la hacía más linda aún.
En el patio los chicos jugaban a la mancha y las chicas al elástico. La mañana estaba fría pero el mate cocido me calentó los huesos para seguir en clase. El sol de ese invierno era fuerte y estallaba en el único árbol que tenía la escuela, de allí se desprendían sombras proyectadas como espinas.
Nos reímos y nos besamos. Quise darle la mano pero se las llevó al bolsillo.–Tenés gusto a menta.–Mi hermano me dijo que si no me lavaba los dientes al menos coma una pastilla, es re fuerte. Se la saqué a mi papá –contesté.
Ella me besó otra vez buscando que abra la boca. Pensé en rompecabezas.
Sonó el timbre y antes de que las chicas entraran al baño me fui enamorado.
