La carta que nunca llegó a Asia y sin querer quedó en América

Por Aylin –

Cuando Cristóbal Colón zarpó del puerto de Palos en 1492, llevaba consigo más que mapas y provisiones: llevaba una carta. Escrita por los Reyes Católicos y dirigida al Gran Khan, el legendario emperador de Asia, esa misiva era parte de un plan diplomático que hoy parece absurdo. Colón no buscaba un nuevo mundo, sino una ruta alternativa hacia el viejo oriente. Su objetivo era llegar a China por el oeste, entregar la carta, y abrir una vía comercial que evitara el dominio otomano sobre las rutas tradicionales.

La existencia de esa carta revela una curiosidad que desarma el relato heroico de descubrimiento. Colón no sabía que América existía. Su viaje fue una errancia calculada, una apuesta geográfica basada en errores de estimación. Creía que la distancia entre Europa y Asia por el oeste era mucho menor de lo que realmente es. Cuando llegó a las Antillas, pensó que había alcanzado las costas orientales del continente asiático. Por eso llamó “indios” a sus habitantes, y por eso nunca dejó de buscar señales del Gran Khan.

La carta, sin embargo, nunca fue entregada. No hubo emperador asiático esperando en las playas de Guanahaní. No hubo palacios ni rutas de seda. Solo hubo encuentros inesperados, lenguas desconocidas, y una geografía que no encajaba en los mapas. La carta se volvió un símbolo de extravío, un documento que no encontró destinatario. Y sin embargo, su presencia en el equipaje de Colón nos recuerda que la historia no siempre sabe hacia dónde va.

Ritualizar esta curiosidad es un acto de restitución. Nos permite ver el viaje de Colón no como una hazaña de conquista, sino como una escena de desorientación. La carta al Gran Khan es una metáfora del malentendido fundacional: América fue descubierta por error, nombrada desde la confusión, y habitada por pueblos que no esperaban emisarios europeos. La carta no llegó, pero el gesto de enviarla marcó el inicio de una era.

Hoy, podríamos imaginar una escena inversa: una carta escrita por los pueblos originarios, dirigida a los Reyes de Castilla, preguntando por qué nadie les consultó. Una carta que tampoco llegó, pero que aún espera ser escrita. Porque en cada documento extraviado hay una historia que merece ser contada, y en cada silencio, una voz que puede ser ritualizada.

Así, cada 12 de octubre, cuando se evocan las carabelas y el “descubrimiento”, podemos añadir un gesto: recordar la carta que nunca llegó. No como anécdota, sino como símbolo. Porque a veces, lo que no se entrega, lo que se pierde en el viaje, dice más que lo que se encuentra.

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