
Durante años, su nombre no figuraba en ningún registro, su historia no tenía testigos, y su voz se perdía entre el ruido de la ciudad. Vivía en la calle, no por elección, sino por una cadena de errores, abandonos y heridas que lo empujaron al borde del mundo. El frío no solo calaba los huesos, también el alma. Aprendió a dormir con un ojo abierto, a leer las intenciones en las miradas, y a encontrar refugio en los rincones que otros evitaban.
Pero incluso en el asfalto más duro, germina la semilla de la transformación.
En sus vida había sueños como si fueran un mapa hacia algo que había olvidado: su humanidad. Empezó a escribir en su propia piel si era necesario. Cada palabra era una cicatriz que se convertía en arte.
Con el tiempo, logró salir de los abismos. Tropezó muchas veces, pero ya no se caía solo. Personas que creyeron en él le tendieron la mano. Su propia familia que allí estaba para él.
Decidió convertirse en puente. Comenzó a ayudar a otros que vivían lo que él vivió.
Hoy, sus versos en su libro “Resiliencia” no son solo letras bonitas, sino es parte de una fuerza que se construye con cada sentir, cada noche sin techo, cada error que se convierte en lección. Su historia no es perfecta, pero es profundamente humana. Y en cada poema que escribe, hay una promesa: que incluso desde la oscuridad más profunda, puede nacer la luz.
En las redes sociales hay un avance fílmico, de esa vida basada en su historia personal, es la introducción de muchos capítulos que se irán compartiendo:
https://www.instagram.com/reel/DNGvschxfGf/?igsh=ZHVtcGV1MjI3dWhr