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Por Hernán Carbonel
Una escena cualquiera de una película cualquiera: el protagonista, cómodamente sentado en un sillón, sostiene un libro en sus manos; lee en voz alta: “En ese punto, algo imprevisible ocurrió. Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas”.
Para qué andar con vueltas. El actor es Mick Jagger y lo que lee es –ya lo habrán descubierto– un fragmento de “El Sur”, de Borges. La película en cuestión se llama Performance, fue escrita y dirigida por Donald Cammell, en colaboración con Nick Roeg, y se estrenó en 1970. Pero el detrás de escena –pocas veces mejor utilizada la expresión– es tan rica como esta y otras escenas.
En el film, Mick Jagger la va de rockero venido a menos que vive encerrado, cómodamente adormecido por los estupefacientes, con dos damas de compañía ya liberadas de tapujos. Esas dos damas no son sino Anita Pallenberg (ex de Brian Jones y por entonces pareja de Keith Richards) y la bella y casi ignota Michèle Breton.
A ese antro cae un tal Chas –interpretado por el más tarde reputado James Fox– en busca de un escondite. Chas es un gánster fino, pulcro y muy ordenado, vehemente y cruel, lo que podría decirse un compadrito londinense que bien le habría cabido a un personaje de Historia universal de la infamia. Pero esa peli que arranca de mafiosos y falopa deriva en una búsqueda filosófica, esotérica –memoricen esta palabra por unos minutos–, oscura y existencialista, la experimentación propia de los ’60 a través del sexo, la psicodelia, el rock and roll y los márgenes, lo que llevó a ciertos críticos a compararla con Zabriskie Point, de Antonioni.
La cosa es que Performance terminó siendo un producto incomprendido para la época por experimental, violento, sexópata, sádico, alucinatorio, provocativo, ambiguo, excesivo en su alusión a las drogas, y una larga serie de implacables adjetivos. No se anduvieron con chiquitas. Podríamos arriesgar que le quedaban pocos ítems para ser tildada de fracaso.
Luego de sufrir diversos cortes para poder ser estrenada, Nick Roeg pidió que lo excluyeran de los créditos; Anita Pallenberg profundizó su búsqueda heroinómana junto a Keith Richards y James Fox se retiró de la actuación por más de una década después de convertirse al fundamentalismo religioso. (Si hay algo que no puede achacársele a la película es su capacidad de generar secuelas, aunque en este caso no fílmicas, concretamente).
En otro pasaje, Jagger grita: “¡Y los Tetrarcas de Sodoma y de Orbis Tertius! Es así, ¿no? ¿Es así?”. Otra referencia que ustedes ya habrán descubierto. Es que muchas de las figuras clásicas de la obra borgeana se insinúan en Performance: los espejos, el doble, los duelos, las múltiples representaciones del yo.
Y hay otra escena –recuérdenla bien, porque tiene que ver con el final–: En el último encuentro entre los protagonistas, Fox dispara una bala; la cámara, en un efecto relativamente bien logrado para la época, sigue al proyectil en su trayecto hasta que atraviesa el cráneo del personaje de Jagger y se introduce en un túnel; al final de ese túnel aparece, repentinamente, un retrato de Borges, la bala impacta contra el rostro del escritor, que termina astillándose en pedazos como se astillaría un espejo –abominable, como la cópula, porque reproduce a los hombres.
Cierto. Me olvidaba. Pasamos por alto la figura de Donald Cammell, guionista y director, fundamental en esta historia. Cammell había nacido en Escocia en 1934. Su padre cultivaba la bohemia, era poeta y narrador; su padrino, Seton Gordon, un reconocido naturalista e historiador. De niño solía cruzarse con Aleister Crowley (alias La Gran Bestia 666: místico, mago y ritualista, practicante de la alquimia y el ocultismo, viajero, escritor, hombre de mil vidas), a quien su padre conocía, admiraba e incluso le dedicó un libro. Cammell se volcó primero a la pintura y vivió en Nueva York hasta que en París se encontró con el cine, si bien la mayor parte de los guiones en los que trabajó durante su corta vida quedaron sin filmarse.
En 1996, caído en una depresión por cuestiones personales, pero también ligadas a ciertos fracasos cinematográficos, decidió quitarse la vida. Y decidió hacerlo de la misma manera en que moría Turner, el personaje de Jagger, en su película. Una vez efectuado el disparo sobre sí mismo, sobrevivió durante unos minutos. Cuenta la leyenda –y a veces las leyendas cuenta la historia de mejor manera que la historia misma– que, mientras agonizaba le pidió a su esposa, China Kong, que le proporcionara un espejo para ser testigo de su propia muerte. Y que llegó a pronunciar unas últimas palabras: “¿puedes ver ya el rostro de Borges?”.
Nada que no estuviera ya en “El Sur”, en aquel pasaje que sostiene que “al destino le agradan las simetrías y los leves anacronismos”.