El 1º de noviembre no honra a todos los muertos

Por Abogada Liliana Pizarro Martinefsky* –

Es muy común creer que el 1º de noviembre es un día que honra a todos los muertos. Pero no es así. 

Esta fecha celebra específicamente a los Santos canonizados por la Iglesia, a los Santos “desconocidos” que alcanzaron la santidad pero nunca fueron canonizados y a quienes están en el cielo gozando de la presencia de Dios. Es decir, que solamente celebra a aquellos que la Iglesia considera que están en el cielo por su vida virtuosa.

Es inevitable preguntarse: ¿Y qué pasa con los demás difuntos?

Es el 2 de noviembre cuando se celebra el “Día de los Fieles Difuntos”, o más comúnmente denominado “Día de los Muertos”. De esta forma, se honra a nuestros seres queridos fallecidos en general.

Los orígenes de esta festividad se remontan a épocas muy tempranas del cristianismo. Si bien inicialmente se celebraba el 13 de mayo, el papa Gregorio IV estableció, en el siglo IX, su traslado al 1º de noviembre. Este cambio obedeció tanto a motivaciones pastorales como logísticas. Desde el punto de vista religioso, se buscaba cristianizar festividades paganas arraigadas en la tradición popular, como el Samhain celta, festividad que marcaba el fin del ciclo agrícola y durante la cual se creía que la frontera entre el mundo de los vivos y los muertos se difuminaba. Desde un punto de vista práctico, noviembre resultaba más propicio que mayo, pues tras la cosecha había abundancia de provisiones para atender a los numerosos peregrinos que acudían a Roma, mientras que en mayo la escasez de alimentos dificulta enormemente su acogida.

En España, tanto el 1º de noviembre (Día de Todos los Santos) y el día 2 (Día de los Fieles Difuntos), en la práctica social se vive como una conmemoración única y familiar centrada en visitar y honrar a los difuntos.

Como costumbre principal es notable el peregrinaje a los cementerios. Es el único día del año donde estos sitios se llenan de colores y jardines efímeros. Limpian y adornan las tumbas, recorren estrechos caminos hasta encontrar a sus familiares y depositar crisantemos, flor que representa la eternidad y longevidad en varias culturas. También se encuentran enormes ramos de rosas, gladiolos y claveles que inundan de fuertes aromas el camposanto.

En distintas regiones del país, además de estos rituales de visitas, se acude a misa y se acompaña el día con una amplia gastronomía de dulces otoñales. 

Los “Huesos de Santo”, un mazapán relleno de yema o los conocidos “Buñuelos de Viento” que, según dice la tradición, si comes uno liberas a un alma del purgatorio. En Cataluña, se degustan los “Panellets” que son pequeños dulces de mazapán y piñones. Mientras que en el País Vasco se celebra con el ‘Gaztañerre Eguna’, aunque esta festividad suele darse el 2 de noviembre, cuando se comen castañas asadas.

Más allá de los sabores, las costumbres y el colorido floral que resucitan en estos días especiales para el mundo cristiano, el valor de la memoria se centra en honrar a quienes nos dieron la vida, a quienes nos enseñaron, nos guiaron y nos amaron. Recordar no es solo un acto nostálgico, es un acto de inmensa gratitud y reconocimiento hacia quienes dejaron una huella imborrable en nuestra memoria, en nuestra existencia. 

Somos eso. El resultado de quienes nos precedieron. La sabiduría y los valores transmitidos viven en nuestros gestos, en nuestra mirada, en nuestra sonrisa, llenando de amor y agradecimiento nuestros corazones y honrar su memoria es reconocer que no estamos solos en este camino, que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Como nos recuerda Mercedes Sosa:

 “…Para continuar caminando al sol por estos desiertos.

Para recalcar que estoy vivo en medio de tantos muertos;

para decidir, para continuar, para recalcar y considerar,

sólo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros…”

(fragmento de la canción “Razón para vivir”)

Visitar una tumba, encender una vela, compartir anécdotas sobre quien ya no está, son formas que nos ayudan a cerrar círculos emocionales y a encontrar paz.  Es una invitación a la pausa y la gratitud, recordándonos que lo único que verdaderamente trasciende los logros y la muerte es el amor que damos, recibimos y la huella indeleble que dejamos en otros corazones.

*Colaboración Especial desde España para En Provincia – alimotxe54@gmail.com

Fotografías: https://pixabay.com