
Por Luna –
En cada desayuno, en cada bandeja compartida en la oficina, en los café que acompaña la espera, hay una forma que se repite: la medialuna. Su silueta curva, dorada y tibia, parece apenas un capricho de la panadería. Pero su origen es mucho más que un símbolo.
La historia debe trasladarnos indefectiblemente a Viena en 1683. La ciudad está sitiada por el ejército otomano. Mientras los soldados cavan túneles para infiltrarse, los panaderos —despiertos antes que el sol— escuchan ruidos extraños bajo tierra. No miran, no leen: escuchan. Y esa escucha salva la ciudad. Alertan a las autoridades, se frustra el ataque sorpresa. El oído atento se convierte en darse cuenta que no debían recibir un caballo de Troya.
Como forma de celebrar la victoria, los panaderos hornean un pan con forma de media luna: el símbolo del enemigo. Comerse la medialuna era, entonces, un acto de resistencia.
Años después, María Antonieta lleva la receta a Francia. El gesto se transforma en lujo, en croissant, en desayuno aristocrático. La medialuna cambia de masa, pero no de intención: sigue siendo una forma que habla.
En Argentina, la medialuna se bifurca: de manteca o de grasa, dulce o salada, pero siempre está en la mesa. No hay reunión sin ella.
La medialuna no es solo pan. Quizás luego de leer esta columna, su forma no es el azar. Hay una historia impresionante detrás de esa factura tan popular.
Un dato
Los otomanos fueron un grupo étnico túrquico que fundó el Imperio otomano, el cual dominó gran parte de Europa, Asia y África entre los siglos XIV y XX. Su territorio se originó en Anatolia (actual Turquía) y se expandió hasta abarcar regiones como los Balcanes, el Medio Oriente y el norte de África. Actualmente, los descendientes de esta etnia se encuentran principalmente en Turquía y en los antiguos territorios del imperio.
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