Gregoria supo que el momento de parir había llegado

Seguramente habrá sido un día de mucho calor, natural en el febrero de Yapeyú. Tal vez, Doña Gregoria empezó a sentirse mal temprano, aún de noche. Habiendo tenido cuatro niños antes, supo que el momento de parir había llegado.

Tal vez despertó a Don Juan, que dormía a su lado tranquilamente.

-Vamos Juan, viene el niño…

Quizás Don Juan se levantó presuroso, tratando de evitar hacer ruido. En la otra pieza de su casa, dormían sus hijos. Probablemente haya ensillado su mejor caballo y sin lavarse la cara siquiera, apenas vestido, corrió presuroso a buscar a la matrona. Ya sobre el horizonte despuntaba el alba de un nuevo día.

Luego de avisarle a la mujer de rasgos guaraníes, regresó rápidamente al lado de su mujer, que ya había empezado el trabajo de parto. Avivó el fuego. Puso a hervir agua. Ya estaba habituado a éstos menesteres. Cuatro niños ya había ayudado a traer al mundo. Mientras realizaba éstas tareas, escuchaba como Gregoria gemía de dolor. Por fin llego la matrona, que inmediatamente se hizo cargo de la situación.

Quizás los niños se despertaron ante tanto ruido y movimiento. Mientras Doña Gregoria paría a su quinto vástago, ayudado por la india, vió las caritas de sus pequeños asomados en la puerta, curiosos ante los quejidos de mamá.
Don Juan, los sacó corriendo al patio de tierra apisonada.

-¡Vamos! ¡Vamos, afuera! A jugar afuera…

Ya el sol se había alzado levemente sobre el horizonte, iluminando un día que sería distinto a todos.
Unos minutos después, ya todo había terminado. Mientras veía como jugaban sus niños, Don Juan vio asomarse en el marco de la puerta a la india. Tenía una amplia sonrisa en el rostro. Lo llamó con la mano…

Don Juan entró despacio en la pieza aun en penumbras. Allí vio a Gregoria con su niño recién nacido en sus brazos, envuelto en el lino más fino y blanco que se podía encontrar en aquella Misión.

– Es un niño – dijo Gregoria.

Con dulzura, y con respeto, aquel hombre fogueado en la dureza de la vida militar, se acercó a esa mujer que recién había parido a ese pequeño de cabellos renegridos. Tomó los dedos del niño, que instintivamente apretaron los dedos de papa´.

– Se llamará José Francisco -dijo la mamá.

-¿Os parece? -preguntó el papá.

-Me gusta ese nombre. Es un nombre importante: Jo-sé Fran-cis-co…- deletreó Gregoria.

-Muy bien, se llamará José Francisco- dijo Juan.

Y mientras ese inigualable momento de intimidad familiar estaba sucediendo, en tropel los otros cuatro pequeños San Martín y Matorras, entraron al cuarto de sus padres, para mirar con los ojos asombrados de niño al nuevo integrante de la familia.

Y así, la felicidad de aquella familia fue total.

Y mientras Doña Gregoria le daba la teta por primera vez al pequeño José, un haz de luz solar entró por la ventana, iluminado al niño, marcándolo, ungiéndolo, dándole ese signo que lo distinguiría por siempre de todos los Hombres de la Tierra. En un futuro lejano, ese niño recién nacido, se convertiría en el Libertador de la América del Sur.

Quizás, tal vez, ojalá haya sido así.

Probablemente pudo haber sido así la venida al mundo de aquel hombre (parido de mujer como cualquier otro hombre) y que nos daría nuestra Libertad e Independencia: el Padre de la Patria.

25 DE FEBRERO DE 1778

NACE JOSÉ FRANCISCO DE SAN MARTÍN Y MATORRAS

Fuente Granaderos Bicentenario.