El ocaso del suspenso ficcional: la desmesura del consumidor contemporáneo

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La historia de los relatos de ficción forma parte del acervo cultural de la humanidad, y constituyen una práctica social que atraviesa épocas, contextos e ideologías. La oralidad primero, luego la imprenta y mucho después los medios de comunicación, tuvieron la oportunidad de conformarse en condiciones de posibilidad de su expansión y de su conservación. A pesar de las enormes diferencias que se pueden señalar entre las narraciones que aún se conservan, todas de alguna forma están estructuradas en una línea de tiempo que supone, al menos, tres momentos: introducción, nudo y desenlace. Cada cual con su propia lógica de enunciación y de duración, en pos de lograr una cadencia que sea atractiva y placentera para el receptor. En la oralidad el tono y las pausas eran propiedad exclusiva del relator, de tal forma que  buena parte del éxito estaba supeditada a sus habilidades expresivas. La mediación del libro y del cine obró en favor de una profesionalización de la expresión que minimizara la incertidumbre acerca de su difusión. La industria del entretenimiento logró construir  sus propias reglas estableciendo diferentes posiciones para el lector/espectador. A pesar de la multiplicidad de estilos había un núcleo común: el público estaba subordinado a los designios de la obra. Capítulos, digresiones, retrocesos, conformaban los ámbitos en los cuales ejercía la soberanía a veces el autor, a veces el medio.

Las rupturas de este vínculo pueden escalonarse en diferentes etapas, pero prefiero elegir tres: la proliferación de las videograbadoras que propiciaron una primera manipulación de los tiempos de la ficción según los tiempos y posibilidades del espectador. Ver una misma película cinco veces seguidas o hacerlo en el lapso de una semana, indudablemente que supuso una transformación. Las plataformas de Youtube y algunos años más tarde la popularización de Netflix contribuyó a disolver  la relación dominante del texto sobre el destinatario. Ya no hay requisitos a los cuales someterse para gozar de una producción, sino más bien una lista de sugerencias del modo en que puede consumirse.

Y a pesar de reconocer el éxito que supone la acción deliberada del destinatario, que de alguna forma podría interpretarse como una toma de poder por parte de la sociedad frente a los conglomerados mediáticos, es preciso advertir que hay otras dimensiones que exigen un detenido examen: no sólo las producciones audiovisuales se confeccionan en escenas cada vez más obvias y breves (acaso una sea consecuencia de la otra), sino que además las elipsis se han vuelto absolutas: casi nada se relata si no cabe en la unidad mínima de atención. Y a veces eso no basta: ya hay muchos usuarios que aumentan la velocidad de reproducción de una serie para no perder tiempo: saben que si la aceleran lo suficiente en media hora podrán ver dos capítulos. El ocaso del suspenso parece indicarnos algo que supera los estrechos límites de las condiciones discursivas: pone a la experiencia en el rol de un velocista. Debe ser ligero, individualista y vencedor: sombría tríada para desplegar la subjetividad.